Diario de León
Publicado por
ARMANDO MAGALLANES PERNAS
León

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UNO de los temas que ha ocupado durante largo tiempo a los intelectuales españoles y que todavía está de actualidad es lo que podríamos denominar la «personalidad» o el «ser» de España. A lo largo del siglo XIX, a raíz de la Guerra de Independencia, se hizo un gran esfuerzo por dotar a nuestro país de una identidad como nación. En esta supuesta identidad la religión católica jugaba un papel muy importante como elemento aglutinador del pueblo español, tal como puede verse en la excelente Mater Dolorosa del profesor Álvarez Junco. Por otra parte, la «Historia oficial» durante el franquismo continuó en ese esfuerzo identitario haciendo ver a los escolares de la época las glorias pasadas de España y su importantísimo papel como defensor del catolicismo frente a sus enemigos interiores y, sobre todo, exteriores, empezando por los «moros» a principios de la Edad Media, atizando leyendas como la de Covadonga, y continuando con los protestantes, los turcos, etcétera. Se trataba, en uno y otro periodo, de demostrar la unidad de España de forma que pareciese indiscutible. A pesar de esto, nuestro país es todavía un puzle cuyas piezas no han terminado de encajar, tal como lo pone de manifiesto la discusión en torno a una reforma de la Constitución que termine por satisfacer los deseos largamente esperados de algunas comunidades autónomas y, en consecuencia, resuelva definitivamente la cuestión del encaje territorial español. Me temo que la solución no va a ser fácil y seguiremos a vueltas con la personalidad y el ser de España. A mi modo de ver ha sido el conservadurismo español el que más se ha empeñado en la idea de la unidad y el que se ha encastillado en su negativa a reconocer el hecho de la diversidad cultural y territorial del Estado y a plasmar normativamente esta diversidad de una vez por todas. Esta tradición conservadora está perfectamente representada por el ex presidente del gobierno, el señor Aznar, que, en su intervención en la Universidad de Georgetown se atrevió a establecer una relación entre el atentado del 11 de marzo pasado en Madrid y la invasión musulmana de la Península Ibérica a comienzos del siglo VIII. Lo difícil es calificar semejante afirmación, aunque, siendo generosos, podemos decir que el ahora profesor de Georgetown se sitúa en una tradición anti-intelectual anacrónica. El dislate del señor Aznar contiene una equivocada visión de Al-Andalus y de la influencia musulmana en la Península Ibérica y una visión pueril de las relaciones internacionales. Vayamos por partes. Los «moros» de los que habló el ex presidente del gobierno en tono peyorativo, contribuyeron de forma indiscutible a la riqueza cultural y a la diversidad actual de España dando a ésta, durante largos periodos de tiempo, más de lo que recibía de ella y dotándola de una personalidad que la diferenciaba de otros países europeos. Por otro lado, mostraron una actitud de respeto a la religión hispano visigoda imperante en la Península a su llegada, tal como lo demuestra el hecho de que los mozárabes convivieron pacíficamente en Al-Andalus, aunque muchos de ellos terminasen arabizándose. Y los que no lo hicieron y emigraron hacia los reinos cristianos del norte trajeron consigo influencias culturales notables. Así pues, es indudable el mestizaje que hubo entre los musulmanes y los cristianos durante los ocho siglos de presencia de aquellos en la Península. Los ejemplos de este mestizaje sobrepasarían con mucho la extensión de este artículo. Baste como muestra, por ejemplo, el hecho de que Al-Mansur se desposase con una hija del rey Sancho II de Navarra. Naturalmente, esto último es anecdótico. Lo que no lo es tanto es el hecho de que haya sido gracias a los musulmanes que se difundieran en España las obras griegas y helenísticas y que la influencia del pensamiento (matemáticas, astronomía, filosofía, poesía, etc..), e incluso de las costumbres musulmanas, impregnaran hasta a los cristianos que luchaban contra los musulmanes para recuperar su territorio. En efecto, si Aznar hubiese preparado con rigor su intervención en la citada Universidad norteamericana conocería lo que dice el gran historiador Sánchez Albornoz en su España y el Islam : (¿) «Siglos antes de que el Renacimiento hiciese brotar de nuevo las fuentes semiexhaustas de la cultura clásica, fluía en Córdoba y corría hacia el resto de Europa el río caudal de la más rica civilización que conociera el Occidente durante la Edad Media, de la civilización que supo conservar las esencias de la vida pretérita del viejo mundo y transmitirlas transformadas al nuevo mundo». En la cuestión de las relaciones internacionales, parece indudable que el otrora líder del Partido Popular pretendía justificar con su desatino la política exterior del gobierno español cuando él lo presidía y su alineamiento con el primer ministro inglés y el presidente de EE. UU. en el tema de la invasión de Irak. Se trataba entonces y todavía hoy muchos lo piensan, de acabar con el terrorismo internacional y, en palabras de Colin Powell, de democratizar Irak. Las consecuencias de esta intervención están salpicando diariamente de sangre las páginas de todos los periódicos del mundo y la democracia a Irak está lejos de llegar en la situación actual. La solución al problema del terrorismo islamista, que está adoptando últimamente tintes de carácter nihilista, no está en sacar pecho y en mostrar la fuerza del que se siente superior, ni está tampoco en plantear las relaciones con el mundo islámico en términos de choque de civilizaciones, tal como hizo Aznar al relacionar la desazón provocada en Al-Qaida y Bin Laden por la derrota de los musulmanes en la Península Ibérica al concluir la Reconquista y los atentados terroristas que sacudieron a nuestro país en marzo. En efecto, Al-Qaida y Bin-Laden deben su origen a unas disputas territoriales aún por resolver y a las injusticias que provocan constantemente estas disputas territoriales. Por consiguiente, la solución es atacar el problema en su raíz y de forma inteligente. De este modo podrá abrirse la esperanza de que ambas civilizaciones vuelvan a convivir pacíficamente y a enriquecerse entre sí. Esto será posible siempre que aquellos a quienes la ignorancia les hace audaces sepan que la historia enseña a quien quiere aprender de ella.

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