Diario de León

Perdona a tu pueblo, señor (Bush)

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FERNANDO ONEGA
León

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¡QUÉ TIERNA es la política! ¡Qué arte, el de los políticos, cuando se tienen que acomodar a la situación! En la noche americana, cuando Kerry parecía alzarse con la victoria, un diputado socialista asistía a la fiesta de la Embajada. Ignoro si inspirado por la celebración de esa hora o entusiasmado por el dictamen provisional de las urnas, interpretaba el sentir de su partido y del mundo con palabras parecidas a éstas: se cierra una etapa funesta; Bush ha sido devorado por su obra; el pueblo le ha pasado factura por una de las gestiones más negativas que se recuerdan en Estados Unidos. Horas después, cuando se sabía que el mismo Bush había ganado y tenía casi cuatro millones de votos más que Kerry, cambió el discurso. ¡Que coronen rápidamente al ganador! ¡Vayamos todos en su auxilio! ¡Que le hagan un cetro de madera de madroño! No había en España alfombras suficientes para cubrir el océano, desde Vigo a Nueva York. Era como si hubiera ganado un sociata de Wisconsin. Como si ZP le hubiera hecho campaña, compitiendo con Aznar. Y así, en uno de los procesos más acelerados de adaptación a la realidad que se recuerda en la república de La Moncloa, pudimos escuchar a Bono: ¿quién diría que es el hombre que hace un mes rechazaba seguir de rodillas ante América? Pudimos escuchar a Moratinos: no parecía el ministro que más ha defendido el regreso de las tropas. Más tardío, Zapatero: ahora vamos hacia una «cooperación constructiva». Sólo les faltó salir en procesión: «perdona a tu pueblo; perdónalo, señor (Bush). No estés eternamente enojado». Y, naturalmente, la oposición: Rajoy, el pacificador de Galicia, aprovechó el paso del Missisipi por Madrid para echarle en cara al socialismo reinante sus displicencias hacia el imperio. Aquí no se pasa ni una. Hago esta caricatura, porque nuestro Gobierno español tropezó con el escenario peor de los deseados. No es que Kerry se fuese a echar en brazos de Zapatero: a orgullo americano no le gana el señor Bush. Pero ofrecía, al menos, la esperanza de un viraje en la política exterior y una mayor comprensión hacia los críticos con la guerra. Y ahora, faenas de la vida, hay que tratar de entenderse con el amigo de Aznar. Todas las filigranas son pocas. Lo malo de la situación es que el futuro no depende de los arrumacos que hagamos desde aquí. Depende de una disyuntiva: que Bush haya entendido estas elecciones como un plebiscito a su favor y salga todavía más endiosado, visionario y radical, o que haya tomado alguna lección de la campaña y esté dispuesto a rehacer las alianzas deterioradas en Europa. Ese es el dilema, y sólo él conoce la respuesta. Al resto de los mortales, empezando por nuestro gobierno, nos toca esperar.

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