Diario de León

TRIBUNA

Confusión e incomprensión en torno al Conservatorio de Música

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CADA VEZ que aparece en los medios de comunicación social un comentario o artículo en relación al Conservatorio de León, casi siempre está envuelto en algún tipo de confusión e incomprensión, como si debiera cumplirse aquello de que lo que mal empieza no puede continuar bien. El Conservatorio de León, creado en los años cincuenta por la Diputación Provincial, nunca nació como un verdadero centro de educación musical (que es lo que debe ser todo Conservatorio), sino como un intento de buena voluntad -no lo dudo- de llenar un vacío musical entonces existente en nuestra ciudad, en un momento en que las enseñanzas musicales padecían, dentro del sistema educativo, una mayor marginación -si cabe- de la que padecen en la actualidad. Desde entonces hasta hoy mucho ha progresado ese centro, a pesar de las enormes dificultades de todo tipo que sigue sufriendo. Ha sufrido la rémora de depender de una entidad que no sabe ni tiene por qué saber de educación musical, y sobre todo de no haber contado con la ayuda académica necesaria e imprescindible del Ministerio de Educación nada más que para su legalización inicial. Y así siguió, en un abandono injustificado e incomprensible por parte del ministerio hasta los años ochenta. Yo fuí testigo presencial de este abandono, consecuencia de la enorme sordera que padece la clase dirigente y el mundo intelectual de nuestro país. Un centro en estas condiciones no puede cumplir su verdadero objetivo. En los años ochenta el Conservatorio comenzó una nueva etapa, con un gran esfuerzo económico por parte de la Diputación, pero -por las razones alegadas antes- no pudo llegar a desarrollarse como un verdadero centro de educación musical. Se inició entonces también una leve tutoría académica por parte del Ministerio de Educación, que hoy se ha convertido en una total dependencia académica de la Junta de Castilla y León como los demás conservatorios de la comunidad. Pero las enseñanzas musicales siguen marginadas, pues hasta el momento ninguna de las leyes de educación ha intentado incorporarlas a las enseñanzas generales, como ocurre en los países de la Unión Europea. Sin embargo, a pesar de las trabas y las dificultades, el Conservatorio de León ha logrado desarrollar, en los últimos veinte años, una intensa actividad instrumental, conocida de todos cuantos han querido acercarse a los múltiples conciertos y recitales que se imparten tanto en su auditorio como en la ciudad y provincia. Esta actividad docente propia de todo conservatorio no es entendida, al parecer, por la Inspección educativa de la Junta de Castilla y León ni por la mayoría de aquellos que envian artículos a la prensa sobre el Conservatorio. En ambos casos parece que sólo interesa lo puramente externo y conceptual: objetivos, contenidos, conocimientos, unido a un intenso papeleo, y olvidando el aspecto interno y profundo, el verdaderamente educativo y musical, que es el que hace que muchos de los alumnos del Conservatorio sean músicos, disfruten y hagan disfrutar a los demás de ese maravilloso arte de los sonidos. Es una pena que las autoridades educativas se encuentren tan polarizadas en el aspecto externo y superficial de la educación, y olviden el otro aspecto de esa dualidad que forma parte de la propia vida en todas sus manifestaciones: el interno, el verdaderamente educativo, que exige ante todo el desarrollo de la responsabilidad personal, sin la cual es imposible ser un buen educador. Este aspecto parece importar muy poco a los responsables políticos de educación y a los inspectores, pues sólo se fijan en constatar si hay irregularidades externas, en ver si el Plan de Acción Tutorial o cualquier otro se cumple (que, por supuesto, hay que cumplirlo, pero esencialmente en su aspecto interno). En cambio si los profesores disponen de todo lo que necesitan para esa cacareada calidad de la enseñanza, o si cumplen su tarea convenientemente en el contacto diario e interno con los alumnos, parece importar menos. Lo más fácil y lo menos comprometido es lo externo y superficial, pero -no lo olvidemos- es también lo menos educativo, de ahí el malestar generalizado en la mayoría de los centros de enseñanza. Por otra parte hay que tener en cuenta que los Conservatorios no son centros de Secundaria, sino centros de Enseñanzas Artísticas, con alumnos de primaria, secundaria y algunos universitarios, si son de nivel medio o Profesional (como el de León), y con algunos alumnos de secundaria y la mayoría universitarios si el conservatorio es superior. Pero, ¡qué paradoja!, ambos centros de música son asimilados por las autoridades académicas a centros de secundaria. Es incomprensible tamaño error, que muestra, una vez más, la ignorancia musical, cuando no la falta de buena voluntad, de las autoridades educativas. Del análisis de estos hechos se deduce la grave crisis que sufren los conservatorios, como también los demás centros educativos. La responsabilidad se extiende también a los propios profesores y a los padres de los alumnos, no sólo a las autoridades educativas. La ausencia de un perfil del educador para acceder a los centros de educación hace que tanto personas con un temperamento y un carácter no aptos para ejercer esta profesión, como aquellos que no sienten la más mínima vocación de educador puedan instalarse un día ante los alumnos, lo mismo que ante una oficina llena de papeles, con las graves consecuencias que ello entraña. Pero esto no parece estar aún en la conciencia de los responsables políticos y dudo si lo está en los propios enseñantes. Los padres, por su parte, se desentienden en su mayoría de la educación de sus hijos, incluso de esta enseñanza musical no obligatoria y que ellos eligen. Así se desprende de la baja participación en las actividades y compromisos del centro. Pero lo más lamentable es que algunos de ellos, cuando participan, lo hacen, a veces, no para cooperar con los profesores en la buena marcha del centro, sino para echar leña al fuego, ignorando que ello redunda en un perjuicio para sus hijos. Esta grave crisis educativa sólo puede superarse con una toma de conciencia de la responsabilidad personal de cada uno de los implicados y con un gesto de buena voluntad por parte de todos (que muestra la medida de la categoría humana de cada persona). Con estas premisas habría que sentarse a dialogar, intercambiar opiniones, escuchar las razones del otro, y estar dispuesto a ceder y a cambiar actitudes y comportamientos (es lo que, paradójicamente, exigimos a los alumnos). Tarea nada fácil, es verdad, pero no nos engañemos, no hay otro camino para solucionar los problemas.

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