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Publicado por
ANXO GUERREIRO
León

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LA DESAPARICIÓN de Arafat certifica la apertura formal de una etapa radicalmente nueva en el conflicto palestino-israelí. Es posible que el rais se convierta en un icono venerado por su pueblo, pero es altamente improbable que su legado político forme parte de las ideas con las que en el próximo futuro se abordará el contencioso que desde hace décadas asola Oriente Próximo. Históricamente, el nacionalismo palestino articulado por Arafat fue el corolario de la expansión del nacionalismo árabe laico y, a difeencia del israelí, ha sabido expresar la diversidad cultural de su pueblo y ha representado siempre la aspiración a un Estado laico y pluralista. En la medida en que el nacionalismo árabe, laminado a causa del largo enfrentamiento árabe-israelí, fue progresivamente sustituido por el islamismo político, apoyado por EEUU y el poderío financiero saudí, la identidad nacional de los países árabes tendió, en todas partes, a fundamentarse en una identidad confesional. El nacionalismo palestino no ha podido sustraerse a semejante mutación y, debido a ello, se consume en un conflicto interno entre la dimensión laica y la concepción religiosa que amenaza con desvirtuar su naturaleza constituyente y su identidad histórica. La desaparición de Arafat no hará si no acelerar ese proceso. Si tal cosa ocurre, el movimiento palestino puede convertirse en una involuntaria coartada de la guerra religiosa en la que EEUU e Israel quieren transformar un conflicto de naturaleza exclusivamente política. En efecto, cada día es más evidente la incapacidad de las fuerzas laicas, tanto judías como palestinas, para frenar el ascenso de las corrientes integristas en ambos bandos. La tentativa de destrucción de la OLP planificada por la extrema derecha israelí en el poder, es un golpe muy meditado contra la posibilidad de una solución racional al contencioso. Sin embargo, nada de lo que ocurre en Palestina puesde entenderse sin tener en cuenta la estrategia norteamericana. El apoyo incondicional de EE. UU. a los dirigentes israelíes se debe a dos razones: por una parte, a la política de la actual administración republicana, destinada a apoderarse de los recursos energéticos de la zona y a mantener bajo amenaza y control al mundo árabe; por otra, a la opción del presidente Bush, muy reforzado tras su reelección, de transformar en confesionales los conflictos políticos y sociales mundiales, particularmente frente al Islam, convertido ahora en adversario permanente, capaz de sustituir al comunismo en la mitología guerrera del imperialismo estadounidense. El contexto del conflicto han cambiado sustancialmente. Por eso el legado de Arafat se desvanece irre misiblemente.