Agua

CON ESTE nombre -Agua, Actuaciones para la Gestión y la Utilización del Agua-, el Ministerio de Medio Ambiente ha establecido su conjunto de acciones, alternativa a la política anterior y la filosofía trasvasista del Ebro. Por primera vez, un programa hídrico exige que las actuaciones tengan en cuenta los tres ejes del desarrollo sostenible: las vertientes social, ambiental y económica, y que cada cuenca realice una gestión integral de sus aguas subterráneas, superficiales y litorales, con mención expresa al autoabastecimiento y a la participación ciudadana. En esta última, la voz cantante, casi en exclusiva, la han llevado las asociaciones y sindicatos de regantes, exigiendo a grandes gritos y tractoradas aguas y canales gratis para el campo, y las compañías eléctricas, capaces en su caradurismo de pretender cobrar al estado por el caudal ecológico, el mínimo de agua pública necesario a los procesos vitales de un tramo fluvial, sin que hayan tenido apenas cancha otros colectivos, caso de los habitantes de zonas anegadas o los foros ambientales. La Confederación Hidrográfica del Duero, única transfronteriza en sus responsabilidades compartidas con Portugal, ha tenido una entrada de nueva gente e ideas que refrescan un panorama rancio, anclado en la filosofía de Joaquín Costa, de hace un siglo, de crear riqueza a base de hormigón: convertir en embalses todas las cerradas y pensar que un río natural, sin regular, es un auténtico desperdicio y un riesgo evidente. La presidenta, Helena Caballero, bióloga, ambientalista y honesta, tiene el calificativo de ogra, y unos energúmenos (algunos ingenieros de caminos que contemplan el río como obra, políticos demagogos que dicen que el futuro de la provincia León es el agua, plantadores de chopos en el dominio público hidráulico, negociantes de gravas y agricultores negados a pagar el precio real del riego) piden su defenestre a Cristina Narbona. Quieren echarla por defender un Duero vivo, de sotos, peces y mejor uso del agua.