Diario de León
Publicado por
MÁXIMO ÁLVAREZ RODRÍGUEZ
León

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ESTOS días son noticia las relaciones de la Iglesia Católica con el Gobierno que, según algunos medios, prepara una «hoja de ruta» contra los «privilegios» de la Iglesia. En realidad ya hace tiempo que nos hemos dado cuenta de que estos gobernantes no miran con simpatía a la Iglesia. Sin embargo, de acuerdo con la Constitución Española, los poderes públicos deberán mantener especiales relaciones de cooperación con la Iglesia Católica. La razón es obvia: sigue habiendo una inmensa mayoría de españoles que son católicos y la misión de la Iglesia es de servicio a la sociedad. Veamos. Soy cura de tres pueblos, con unos cinco mil habitantes, en una cuenca minera, que han votado siempre de manera mayoritaria a la izquierda, primero al PCE, después al PSOE. Pero ello no impide que aún sea mayor el número de quienes se consideran católicos. Se bautizan, comulgan, se confirman, van a clase de religión, se casan por la Iglesia o piden exequias cristianas, asisten a los actos de culto, con mayor o menor frecuencia, y, por supuesto, son creyentes la práctica totalidad. La relación con las autoridades locales, de izquierdas, es francamente buena, y su trato a la Iglesia es exquisito, de respeto y gran colaboración. No entiendo por qué a nivel nacional no ha de ocurrir lo mismo. En efecto, de todos es conocida esa obsesión de acoso a la Iglesia por parte de algunos de nuestros gobernantes actuales, que nos trae a la memoria los peores recuerdos del período anterior a la Guerra Civil. Sin embargo sería injusto achacarlo sin más al Partido Socialista. Me explico. Mentiría si dijera que Felipe González o Alfonso Guerra han sido santos de mi devoción. Pero, viendo lo que ahora se ve, me doy cuenta de que eran personas inteligentes y con un sentido de estado que ahora otros parecen no tener. Alguien vendrá que bueno te hará. Por tanto que no se den por aludidos todos los socialistas, sino solamente aquellos que pretenden arrinconar a la Iglesia. De veras que no entiendo el por qué de esta fobia, tal vez odio, a la Iglesia Católica, tanto si entendemos por Iglesia el pueblo como los curas y obispos. Vamos a ver: hoy día, un cura es una persona que desempeña una función al servicio de los demás. Sería falso y absurdo pensar que uno se hace cura por dinero. El sueldo normal de un cura es poco mayor que el de un pensionista de la agraria. Para ser cura se exigen un montón de años de estudio. Ahora, tras hacer bachillerato, hay que hacer una licenciatura de seis años, civilmente reconocida. Quién sea capaz de hacerla es capaz de hacer otra carrera o encontrar otro trabajo mucho mejor remunerado. Todos los compañeros curas que han querido hacer otra carrera u oposición lo han conseguido sin problemas. Se supone que quien llega a cura no es más torpe que otros compañeros de Seminario que lo han dejado y que están muy bien situados. Si además de no ser un chollo económicamente hablando, supone otras muchas renuncias, se entiende que uno se hace cura por servir a los demás. Para ser cura lo primero que hay que hacer es estudiar un montón de años; en primer lugar varios años de filosofía, para aprender a pensar y razonar, así como un montón de asignaturas que ayudan a tener una formación bastante completa: historia, literatura, idiomas, derecho, psicología, música... además de otros estudios serios, de nivel universitario, que hacen referencia más directa al tema religioso. En casa de un cura hay algo que nunca falta: montones de libros, porque además nos gusta seguir estudiando toda la vida. Aunque sólo sea desde un punto de vista meramente humano, lo que dice la Iglesia merece un respeto. La iglesia, entre otras cosas, es sabia. Ahora que están de moda los comités de sabios, no vendrá mal contar con ella. Nuestro objetivo no es hablar para contentar a la gente y obtener unos votos. En este sentido tenemos una libertad que ya otros quisieran para sí. Nuestra obsesión es ayudar a los demás, estar presentes allí donde hay un anciano o un enfermo, donde nos necesitan. Somos de hecho verdaderos asistentes sociales. Atendemos a muchas personas que necesitan que alguien les escuche, nos piden consejo sobre los asuntos más dispares. La gente con necesidades materiales, comida, ropa.... las personas con problemas, casi siempre acuden a nosotros, sea para ayudar a salir a los chicos de la droga o para buscar solución al problema de un anciano o un discapacitado... Incluso los organismos oficiales nos piden que les ayudemos a resolver muchos casos. Cuando se cometen atropellos en la vida social y laboral ahí nuestra palabra crítica para denunciar las injusticias. Nos acusan de estar siempre pidiendo. Tienen razón, porque mendigamos en nombre de los más pobres de la tierra. Gran parte de la ayuda internacional al hambre y al subdesarrollo pasa por nuestras manos. Nos preocupa la cultura, la enseñanza, la educación de niños, jóvenes y mayores, la formación de la conciencia moral para que las personas y la sociedad no vayan al caos. Somos cuidadores de una buena porción del patrimonio artístico, velando por la conservación de los templos. Con mucha frecuencia el sacerdote es animador sociocultural, organiza excursiones, obras de teatro, convivencias, campamentos... Si, además de todo esto, se ayuda a la gente a descubrir el sentido de la vida y a cultivar la fe y la esperanza, el servicio a la sociedad es de incalculable valor. Hay unos momentos en los que la vida humana corre más serio peligro, me refiero a la vida de los más indefensos: niños, mayores y discapacitados.¿Acaso sólo tienen derecho a vivir los que no tienen defectos ni limitaciones? ¿Es que mete algo en el bolsillo la Iglesia por defender la vida humana desde el comienzo hasta el final? Agradecidos tenían que estar muchos en esta época en la que todo vale a una institución que tiene valor para ir contra corriente, sin importarle ser criticada, para defender valientemente la vida, sea la del no nacido o la del enfermo o anciano que ya no parece rentable. ¿Por qué llaman carca a la Iglesia, cuando es más progresista la defensa de la vida? La Iglesia sabe que, independientemente de las creencias de cada uno, la familia es muy importante en la vida de las personas, y tiene todo el derecho a criticar una ley de divorcio que banalice el matrimonio. ¿Por qué no se buscan las causas y remedios ante los problemas familiares, en lugar de dar al matrimonio menos consistencia que a la compra de un televisor, que puedes devolver en el plazo de unos días? ¿Por qué en lugar de regular las uniones homosexuales se les quiere equiparar en plano de igualdad al matrimonio? ¿Acaso no es una manera de devaluar el verdadero matrimonio entre hombre y mujer? ¿Por qué si el ochenta por ciento de los padres piden la clase de religión para sus hijos, de acuerdo con su derecho constitucional, se les quiere privar de ello? La Iglesia siempre fue perseguida, desde sus mismos comienzos, empezando por su fundador. Pero siempre ha sobrevivido persecuciones, dictaduras, y crisis de todo tipo. Sinceramente, lo que más me preocupa en este momento no es la situación personal de los curas, que con la gracia de Dios podremos con todo, sino el enorme daño que se le hace a la propia sociedad a la que la Iglesia trata de servir desinteresadamente.

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