EN BLANCO
Lotería navideña
LA EXTRAORDINARIA capacidad que tiene el pueblo español de hacer el indio se pone de manifiesto, año tras año, justo cuando las muñecas de Famosa comienzan a dirigirse hacia el portal y aparece en la tele, tan grave y digno como un senador romano, el actor de carácter que anuncia la buena nueva de la lotería navideña, en un paisaje idílico cuajado de rostros rebosantes de alegría y nieve artificial comprada en un Todo a 100. Se trata del llamado espíritu del polvorón, un embobamiento colectivo y transitorio cuya honda raigambre social le hace equiparable a valores tan acreditados como religión, patriotismo y familia. Los gozos y sombras de las complejas cosas sencillas toman forma en esos billetes de lotería que algunos consideran pasaportes para la felicidad futura; una especie de salvoconducto a 20 euros que, una vez cantado por los repipis niños de San Ildefonso, romperá los grilletes de nuestra aplastante rutina cotidiana. Y en persecución de semejante quimera de bolsillo se lanza el país entero, echando mano a todos los amuletos de la suerte que podamos imaginar. Según los expertos en timbas, el número más vendido para el sorteo del 22 de diciembre es el 22.504, magnificado en el imaginario popular a causa del bodorrio del Príncipe Felipe con la asturiana doña Leti. Una vez agotado, las loteras sitúan en los primeros puestos del hit-parade monárquico al boleto que coincide con el número de goles marcados por Urdangarín a lo largo de su carrera deportiva, o la fecha en que el principito Froilancico hará la Primera Comunión en olor de multitudes. Y es que ya saben: cuando menos pan, más circo.