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¿CÓMO se mide el éxito de una cumbre política? ¿Por la personalidad de los mandatarios que asisten? ¿Por la importancia de los países a los que representan? ¿Por los acuerdos políticos que se alcanzan? ¿Por el tratamiento informativo (tiempo y espacio) que le conceden los medios? Sobre el papel, habría logrado el éxito cualquier cumbre capaz de suscitar una mezcla de respuestas afirmativas a, cuando menos, tres de las cuatro preguntas. ¿Sería el caso de la reciente Cumbre Iberoamericana celebrada en Costa Rica? Sin duda, en este caso la respuesta habría de ser negativa. Fueron demasiadas las ausencias de mandatarios (Lula, Lagos, Sampaio, Chaves, Castro) y, lo que quizá haya sido peor: el documento final es un rosario de buenas palabras y poco más. Y que no se diga que se ha creado la secretaría permanente, porque esta es una idea que se arrastra ya desde cumbres anteriores. Ya digo, la Cumbre Iberoamericana de Costa Rica ha sido la más devaluada de cuantas hasta ahora se han venido celebrando. Lo cual no supone -como se le ha oído decir al señor Rajoy- que la culpa haya sido del presidente Rodríguez Zapatero. Es verdad que mientras en Costa Rica estaban quienes estaban, en Santiago de Chile «contraprogramaban» con otra cumbre en la que las estrellas invitadas eran nada menos que Bush, Hu Jintao, Koizumi y Putin. Además, la presencia en la región del presidente chino significa firmas de contratos para comprar de todo: cobre a Chile; carne, aceite de soja y leguminosas a Argentina; acero y soja a Brasil. Por eso, Lagos y Lula no han duda un minuto en pasar de Costa Rica. La pregunta que nos hemos hecho todos es la misma: ¿no tenía el año otros trescientos y pico días hábiles para convocar la Cumbre? A la vista está que sí, que ha sido un error monumental de alguien, pero en esta ocasión no parece lógico echar la culpa de semejante incompetencia al presidente Zapatero o al ministro Moratinos. No correspondía a España organizar el encuentro, esa era tarea de la diplomacia costarricense y esta circunstancia era conocida por el líder de la oposición. Así las cosas, no se entiende muy bien el porqué del ataque de Rajoy. Tampoco ese despectivo hablar suyo: «No ha ido ni el tato». Sólo encuentro una explicación, que sea verdad una maldad que se cuenta por Madrid: ante el creciente protagonismo de Aznar, se está poniendo nervioso y sobreactúa tratando de arañar espacio en los medios. Mal asunto este de perder el sentido de la ecuanimidad porque la gente no es tonta y sabe distinguir cuando las críticas tienen fundamento o cuando son simple repertorio de partido.

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