El descuidero bis

MARÍA Jesús Muñiz escribía aquí el pasado jueves una de sus amenas y acertadas columnas sobre el descuidero, felicitándose de que a este pícaro y amigo de lo ajeno se le haya bautizado -aunque sea para definir a un delincuente, decía- con un nombre castellano, obviando el inglés que tanto se utiliza. Tal vez por eso me llamó poderosamente la atención el caso cuando días después escuché a una chica contar en una tienda lo que le había ocurrido en un reciente viaje a Madrid. Cuando bajó del autobús comprobó que su maleta había desaparecido. «De repente estaba allí y no tenía más que lo puesto» decía a su interlocutora, para justificar que en el siguiente viaje decidiera no subir al bus hasta que vio que cerraban el maletero y su equipaje seguía dentro, prometiéndose bajar la primera para asegurarse de que nadie le llevaba la maleta esta vez. Lo cierto es que hay tal cantidad de personas sin oficio ni beneficio que cada día aumenta la delincuencia menor. Esa que puede no causarte muchos daños económicos, pero que ocasiona graves trastornos a quien la sufre. Igual que nuestros mayores están avisados de que nadie da duros a cuatro pesetas y que el tocomocho está a la vuelta de la esquina, debemos concienciarnos todos de que ante un viaje no tenemos que perder de vista el equipaje si no queremos llevarnos sorpresas desagradables al llegar a nuestro destino. Habrá que hacerles más difícil la vida a esos descuideros, que ya aguzarán su ingenio para sobrevivir, como buenos pícaros.