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Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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PERDÓNEME la expresión, pero es la que usamos en el lenguaje coloquial: estamos en un país de coña. Los espectáculos vistos en los últimos días pertenecen más al ámbito de lo cómico que al rigor que se supone a la actividad política. No sobra recordar alguno: un conflicto de estado por discutir si el valenciano es un idioma o es igual que el catalán; un ministro que se suicida políticamente por sus excesos verbales sobre un golpe de estado en Venezuela; un gobierno que pierde una votación por la ausencia de sus propios diputados¿ ¿Hay quién dé más? Sí, señores: hay quien da más. En esta España hay que estar preparados para el sobresalto diario. Nunca se sabe de dónde puede surgir. Mejor dicho, sí se sabe: en gran parte, proceden (¡quién lo diría!) del gobierno mismo y de uno de sus socios, que se llama Esquerra Republicana de Cataluña. La noticia de ayer fue que la Federación Internacional de Patinaje rechazó la inscripción de la Federación Catalana. Esto, que es un episodio deportivo, aunque sea una mala noticia para los sueños de Cataluña de asistir a un partido de jockey sobre patines contra España, ha servido para que el señor Carod-Rovira pida que Cataluña no apoye la candidatura olímpica de Madrid y declare con la solemnidad propia de una gran tragedia nacional: «Sólo una Cataluña independiente será respetada para que no dependa de los caprichos del Estado español». Pero no nos perdamos tampoco la reacción de la vicepresidenta Fernández de la Vega. Le preguntaron si el gobierno español había presionado -se supone que a favor de la nación española-, y ella aseguró con contundencia que este gobierno no presiona a nadie. Sonó como si fuese vergonzante la legitimidad de España para defender, como nación y Estado, lo que defiende de forma más discutible una de sus comunidades. Estamos en una línea de pensamiento donde parece que los únicos legitimados para tener una opción son los independentistas. Todo lo que sea discutir sus aspiraciones, razonables o no, es bochornoso y, por tanto, inconfesable. Lo sarcástico es que el partido de Carod sostiene con sus votos al gobierno autónomo catalán y al gobierno español. Por tanto, cada uno de sus cabreos pone en riesgo la estabilidad. Pero no utiliza su poder para hacer tambalear la silla de Pascual Maragall o de José Luis Rodríguez Zapatero. No, eso no, porque perdería sillones, despachos, coches oficiales, parafernalia y teléfono a cargo del contribuyente. Lo utiliza para tenerlos agarrados por sus partes, amenazando con bloquear los presupuestos (como hace ahora el BNG, por cierto) o para defender la independencia. Un paso más en esta línea, y muchos empezaremos a preguntar si gobernar con sus votos no empieza a rozar la dignidad.

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