Diario de León
León

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NO LE DIERON el Cervantes a Gamoneda. Ser finalista ya es un alto reconocimiento. Y no lo digo por patriotismo de provincias, sino por convicción.  La primera entrevista que hice fue a él. Me recibió en su casa, aunque dejándome claro su horror hacia las erratas. Me obsequió su «Blues castellanos», donde hay un poema que se me metió para siempre en los adentros. Con el ritmo secreto del lamento ancestral, deja constancia de la dolorosa enseñanza de un encuentro fortuito:   y ella bajó sus ojos ante mí/ encontré la mujer con el caldero. Ya nunca tendré paz en la escalera. Así funcionan los engranajes de la revelación: de repente, un rayo ilumina la oscuridad del rellano, y el breve recorrido se convierte en viaje iniciático. En mi adolescencia viví una situación similar, caminaba con mi padre y nos cruzamos con una desconocida, quizá una tata,  fea y encorvada, que caminaba arrastrando unas pesadas bolsas; mi padre se ofreció a llevárselas y sentí vergüenza por su ofrecimiento hacia aquella extraña, pero enseguida intuí la revelación espiritual que se me ofrecía en aquel generoso gesto de mi padre. Haber sentido vergüenza simplemente durante unos instantes forma parte de mí, y lo considero una injusticia que debo reparar cada día. Qué hermoso es anhelar reconocimientos para los demás,  contribuir a ello con nuestras opiniones y respaldos, que no debe confundirse con esa siniestra maquinaria con la que algunos se intercambian premios e influencias en su feria de las vanidades. No hay  poesía en el mercadeo. Poesía es conducta. Hoy, con o sin el Cervantes, su obra seguirá siendo una antorcha en la noche.

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