NUBES Y CLAROS
Del coraje
YA LO SABÍAMOS, tenía que llegar. Aunque a veces parecía que no, que al final acabaría engañando a los análisis y los marcadores, a la evidencia empecinada en poner un punto y final que ayer consiguió rendir un ánimo que había resultado ser inquebrantable. Estuvo hasta el último momento, con estruendo y vitalidad incontenible, a pesar de todo y de todos. Esta es una de esas veces en las que el cuerpo te pide guardar los sentimientos más en la individualidad que siquiera en la intimidad. Pese a que a Max Cotilla le gustaba contar casi todo. Pero es inevitable hablar de coraje. Del coraje de vivir, del coraje de luchar; pero sobre todo del coraje de reir. Reir hasta cuando lloraba. Esperar hasta cuando sólo cabía desesperanza. A Pilar, a Marili, se le complicó la vida después de una noche de Genarín. Fue una lucha a brazo partido en la que a veces daba la sensación de que iba a vencer de puro empeño. En su caso, de puro cabezota. Lo suyo sí fue talante, sin hueco para el desaliento, aunque somos conscientes de que en muchos momentos lo hubo. Pero hay males que son más cabezotas que la voluntad y las ganas tremendas de vivir. Esas ganas que derrochó hasta mucho más allá de lo que las fuerzas parecían permitirle. No cedió al desánimo ni a la coquetería, adornó siempre la enfermedad con aquellos pendientes imposibles. Cuando salió del primer achuchón le preguntó a los médicos cuándo podría salir de nuevo de cañas. Cuando seas capaz de sujetar el vaso, le dijeron. Nunca desatendió el consejo. Fue el coraje de brindar siempre por la vida.