Diario de León
León

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BENDITA la ciudad que te concede una última visión del amigo, aunque sea enmascarada de encuentro fugaz por la calle, en mero hola y adiós,  que sólo después se revelará en su verdadero significado de despedida. Pilar Casado, nuestra compañera y amiga, ha muerto. Su sonrisa era un faro protector. Luchó hasta el final, y sin ella saberlo era el espejo que nos recordaba qué es lo importante en este mundo de espejismos. Los logros profesionales o económicos nada son sin los pilares, no ya de la salud, sino de la bondad. Todo es efímero y quebradizo, salvo ese puñado de emociones que caben en la palma de una mano, nunca en un puño cerrado. Pilar fue ejemplar, quizá sin pretenderlo. Ejemplar es quien construye, frente a los destructores; quien es siempre mensajero de buenas noticias, pese a sus propios quebrantos. Ejemplar es quien se decanta por la verdad, por la humilde verdad, única vía de acceso a los arcanos superiores; quien comprende que no se gana derrotando a los otros, sino con ellos. Qué banales me resultan ahora tantas noticias periodísticas, intensas sólo en su máscara. La muerte jerarquiza importancias. Pero todo lo que ocurre está interrelacionado, incluso lo que carece de conexión aparente. Todo lo esencial  forma parte de una misma lección y nos ha de comprometer a ser mejores.  Carpe diem, aconsejó Horacio. Vive el momento, sería su interpretación. Vivamos el momento... pero con y para los demás,  como ella hizo. Carpe diem, no como lo corean arribistas y  cínicos, sino como lo proclaman quienes saben que el amor y la amistad son los engranajes del mundo, la única ambición legítima. Pilar eras poesía andante. Gracias por tu estela.

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