Diario de León
Publicado por
FERNANDO DE ARVIZU
León

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ES LA MALDICIÓN que no cesa. Cada puente y cada fin de semana, las carreteras se cobran un tributo siniestro. Muertos, lisiados y al final, familias destrozadas. Es la única y cruel verdad. Estamos ensayando de todo, pero con pocos resultados. En las autopistas, los paneles recuerdan los muertos del mismo puente, hace un año. Los controles de radar, cada vez más abundantes y severos, no ayudan lo suficiente. El alcohol y los nervios son los que llevan a las maniobras temerarias, las que ponen en peligro la vida de quien las hace y de los que vienen de frente. Para muestra, un botón. El viernes pasado volvía de las Cortes. Eran las casi las 20 horas, noche cerrada. Pasado Ceinos de Campos, un automóvil con matrícula de Madrid, en pleno cambio de rasante, adelantó por la izquierda no a uno ni a dos, sino a cuatro vehículos que iban en caravana. El conductor jugó a la ruleta rusa y lo sabía. Por fortuna no venía nadie de frente. De haber sido así, hubiera ocurrido una masacre. Ante tales situaciones, uno lamenta que la Guardia Civil no estuviese allí. Cuando cae la noche, los radares al parecer no son operativos y las patrullas desaparecen. Los desaprensivos aprovechan. Pero además del lamento ante la contemplación impotente de tales tropelías, uno se pregunta qué se puede hacer para que las carreteras sean más seguras. Y se me ocurren varias cosas. La primera, destinar más recursos al desdoblamiento de vías muy transitadas. Así se elimina al menos la mitad del peligro. Pero no basta, pues hay conductores que, en cuanto entran en una doble vía, sea cual sea su trazado y la densidad del tráfico, se creen e n la obligación de ir al límite de las posibilidades de su motor. Creo que los radares son insuficientes. Son máquinas de recaudar y en la mayoría de los casos se ponen en trazados urbanos y dejan sin cubrir los tramos entre pueblos, que es donde se cometen tan graves infracciones. Hay que poner más patrullas, aunque sea sin radar, fuera de los pueblos. De noche también. Además, hay que ser inflexibles con el alcohol. La tolerancia debería ser «cero, coma, cero». Pocos saben, en realidad, si con una cerveza se pasa o no el límite actualmente admitido. No digamos si «se va a comer por ahí», se bebe vino, y luego el rico orujo de esta tierra. Aquí si que no se puede ser indulgente. El «si bebes, no conduzcas», debería tener la inexorabilidad de una ley física, por el conductor y por los demás. Y por último, hay que concienciar a los conductores a mirar lo que hay debajo del capó del vehículo. También los neumáticos. Nos sorprenderíamos si supiéramos qué poca gente sabe que una presión insuficiente hace que el vehículo «se vaya» en una situación de emergencia. E igualmente, que muchos conductores solo paran en la gasolinera para repostar, sin preocuparse de nada más, aunque encaren un viaje de cientos de kilómetros. Tampoco se puede descuidar la conducción en ciudad, especialmente en los fines de semana y por las noches. Hay quien «va de retirada» cargado de alcohol y sin dormir. Pues ninguna indulgencia en tales casos. Porque hay una realidad que no se puede cambiar: la gente se mueve mucho los fines de semana. Y es mejor prevenir que lamentar.

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