Engordar atunes

LA POBLACIÓN de atún rojo de las costas europeas ha caído en barrena, por una sobrepesca que, si continúa al alza, va a dejarlo en situación crítica. Hasta ahora, las mayores capturas se dan en el Mediterráneo, Mare Nostrum al que los atunes acuden a reproducirse, tras cruce del Estrecho de Gibraltar, sede de almadrabas. Como la madurez sexual la alcanza tarde, entre los cinco y los ocho años de edad, es una especie muy vulnerable ante la persecución intensiva. Si ya teníamos demanda como triperos de ventresca a la plancha, lomos en aceite, atún con tomate o mojama, la afición japonesa al sushi y al sushimi ha aumentado el pelotazo comercial para este torpedo pelágico, cuyo récord de peso es de 690 kilos, ejemplar tremebundo capturado en 1979, en las frías aguas de Nueva Escocia. La reciente moda es engordar atunes, y contamos ya con once granjas, ocho en Murcia, una en Andalucía y otra en Ceuta. Estos cebaderos del Mediterráneo, desde España hasta Turquía, recibieron el año pasado 21.000 toneladas de atunes salvajes, atrapados con artes de cerco, bastantes de ellos con la ayuda ilegal de avionetas que detectan los bancos. Los prisioneros se meten en cebaderos flotantes, entre unos meses y dos años, y se les echa pescado morralla. Hacen falta de quince a veinticinco kilos de pequeños peces, la mayoría anchoas y jurelillos, para producir un kilo de atún, despilfarro lamentable con un pez depredador cuya vida transcurre recorriendo miles de kilómetros en mar abierto, y cuya reproducción no se ha logrado en las cárceles donde los estabulan. A los pescadores artesanales, de palangre o caña, el exceso de producción de engorde, saturadora del mercado nipón y esquilmante del capital atunero (32.000 toneladas de cuota total), les revienta. Ni los emperadores romanos, pródigos en gula y toda clase de vicios, llegaron a la locura de engordar depredadores, y eso que la carne de león y de águila se consideraba prodigiosa para echar músculo, fiereza y virilidad.