Diario de León

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TERMINA el año y la situación política se espesa. En el Gobierno hay ministros que tienen crédito entre la ciudadanía, otros que apenas se han estrenado y un tercer grupo en el que hay alguno que va camino del pabellón de quemados. Sería el caso de la señora Trujillo, ministra (?) de Vivienda. Hay ministros (Alonso, Sevilla, López Aguilar) cuya gestión ha ido ganando fuerza y fuste a medida que el barco se adentraba en alta mar. Otros (Moratinos, Calvo) han entrado en zona de sargazos, precisamente por exceso de maniobra. Hay quién mantiene rumbo sin sobresaltos (Fernández de la Vega, Solbes, Caldera) y, hay, quienes (Álvarez, Sansegundo, Espinosa) parece que aún no han salido de puerto. De Bono cabe decir que hace de Bono, es decir: que por una parte no ha decepcionado a su público y que por otra sigue dando razones a sus críticos. Todo, pues, en su sitio. Respecto de la gestión del presidente Rodríguez Zapatero, se podría decir lo que San Agustín de Hipona sobre el tiempo: si me preguntan qué es comprendo que lo sé, pero si me piden que lo describa, no acierto a decir en qué consiste. Dicho lo cual procede añadir que en todas las encuestas sale bien colocado y que la cámara le sigue mimando, detalle nada nimio en estos tiempos en los que se ha cumplido la profecía de Feuerbach y en política casi todo se hace por y para la televisión. Para completar el retablo habría que incluir a los llamados segundos niveles. La argamasa noble del poder. En algunos casos, el verdadero poder. Aquí nos encontramos con un poco de todo, pero, en general, están funcionando. Quizá porque con excepción de los que pertenecen al área económica (Fernández Ordóñez y Sebastián, que están en el engranaje de Solbes), los demás, una semana con otra, todos acaban confesándose con la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega. Aquí, en París y en Washington, ya se sabe que el Estado funciona solo, así que basta con un poco de sentido común para que las cosas no se tuerzan -como sucedió cuando a Aznar le dio la venada y sin encomendarse ni a Dios ni al Parlamento voló hasta las Azores para hacerse fotos y coquetear con los libros de Historia. Tengo para mi que eso es lo que aporta Fernández de la Vega. Sentido común. Sentido común que en política es la medida que se obtiene tras dividir lo posible entre lo conveniente restándole el peso de lo razonable. Otro día escribiremos del Grupo Parlamentario del partido del Gobierno, y también, del Partido Popular. Ahí, la verdad es que sí que hay tela que cortar; más tela que cuando el viento soñaba con los galeones y el océano Atlántico era un lago español.

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