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CRÓNICAS BERCIANAS

El tren de la ambigüedad

Ponferrada

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LA POLÍTICA es el arte de la ambigüedad, está claro. Si uno se encuentra con alguien que sabe jugar con las palabras, hablar mucho sin decir nada, o decir las cosas de forma que siempre haya una escapatoria semántica, estaremos ante un artista de la política en ciernes. Donde dije digo, digo Diego. Y viene esto a cuento del tren de alta velocidad, o de altas prestaciones, que le llaman ahora, entre Ponferrada y Monforte. Lo último que sabemos de él es que se ajustará al modelo de transporte mixto de mercancías y viajeros, lo que en opinión de la Junta de Castilla y León reducirá la velocidad de los convoyes hasta los 250 o 200 kilómetros por hora, en lugar de 300 o 350 que alcanzaría un tren que sólo transportara pasajeros. Mucho me temo que los bercianos perdimos el tren de alta velocidad, el verdadero, el de las siglas AVE, hace mucho tiempo. El día en que el Gobierno central, entonces del PP, decidió que el mejor trazado para unir la meseta con Galicia era el de la opción de Zamora en lugar de seguir la línea de la Autovía del Noroeste. Lo que nos prometieron entonces ya no era lo mismo. Un ramal que partía de León y moría en Ponferrada. Una compensación de menor rango, que luego alargaron hasta Monforte de Lemos con posibilidad de enlace allí porque no tenía sentido invertir dinero en una vía muerta, y porque la catástrofe del Prestige hacia necesarias obras que hicieran olvidar la marea negra sobre las costas gallegas. En su momento, el matiz que va del tren de velocidad alta (TVA) al tren de alta velocidad (TAV) nos tuvo a todos confundidos. Luego, empezamos a llamarle AVE sin más, y así hemos llegado a esta semana. Ahora resulta que el Gobierno central, del Partido Socialista, usa una terminología diferente y habla de tren de altas prestaciones para referirse a todo el trazado de León a Ponferrada y Monforte de Lemos. Un tren así, un AVE de verdad, con parada en Ponferrada, vale por todo un plan del carbón, me temo. El Gobierno se ha esforzado estos días en despejar las dudas que el plan de asignación de emisiones de CO2 había creado en torno al futuro de la minería. Y lo ha hecho ofreciendo garantías sobre la viabilidad de un sector estratégico y que todavía sostiene, mal que nos pese, la economía de la comarca. La duda sobre su futuro era razonable, por mucho que ahora insistan en afirmar que la reducción de las emisiones contaminantes no tendrá efecto sobre la combustión de mineral autóctono en las centrales térmicas. Hay carbón hasta el 2012, han dicho. Y me lo creo. Lo que no sé es si ése año, las obras del AVE, o del tren de altas prestaciones, o como entonces quieran llamarle, estarán a punto de acabar (se había hablado de que sería realidad en el año 2014) o todavía tendremos que esperar ocho años más hasta que en el 2020 finalice el actual plan nacional de infraestructuras. Y eso son cuatro legislaturas, dos gobiernos seguidos de José María Aznar, o un tiempo similar al que Felipe González estuvo en la Moncloa. Casi, casi ciencia ficción.

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