Diario de León

TRIBUNA

Turquía, el debate invisible

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BORJA MIGUÉLEZ CABEZAS
León

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LA DECISIÓN adoptada en la última reunión de los 25 jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea señala el 3 de octubre de 2005 como fecha de inicio para la apertura de negociaciones con Turquía sobre su eventual ingreso en la Unión Europea. El «si con condiciones» dado por respuesta, constituye la culminación de una primera etapa de un viaje incierto, lleno de interrogantes, silencios, luces y sombras, así como se desprende de la agitación vivida por las opiniones públicas de Austria, Alemania y Francia. En España, que -según los datos de una reciente encuesta del CIS y del Real Instituto Elcano- el apoyo de los españoles a la integración turca ha caído al 43% en noviembre de 2004, no ha habido lugar para tanto revuelo. A decir verdad, ningún revuelo. Así, todos los Europarlamentarios españoles apoyaron unánimemente en la sesión del Parlamento Europeo del 15 de diciembre, con claridad deslumbrante y unívoca, el inicio de conversaciones con Ankara, excepción hecha de la abstención del PNV -muy posiblemente debida a su fraternal emoción hacia el pueblo kurdo, si bien es cierto que ésta no le bastó para oponerse-. Otro caso en el que se está produciendo una paradójica «comunión de almas», a hora entre la propia ciudadanía, es el relativo al apoyo a la Constitución Europea, o más exactamente el Tratado por el que se establece una Constitución para Europa. Paradójico apoyo, digo, a una Constitución Europea que el 84% de españoles admite desconocer, sin impedir que el 42% de la población se declare a favor del «si» con ocasión del referéndum del próximo 20 de febrero -según la encuesta ya citada-. Y es que pereciera que en todo esto falta un poquito de sustancia, de enjundia y de chicha, pues no me permite el sentido común pensar que la extrema complejidad que rodea la adhesión turca, o las bondades del nuevo Tratado Constitucional para un no menos complejo proyecto europeo, se puedan sintetizar en tan rotundo unísono, especialmente cuando la respuesta no ha sido precedida de un mínimo debate... o precisamente... Como es lógico, el debate que nunca existió en España sobre la posición que nuestros representantes debieran adoptar ante el caso turco, se hubiera debido sustanciar en un desmenuzado análisis de factores políticos, sociales, económicos e históricos. Pero, sobre todo, y esencialmente, todas las posibles tesis debieran articularse en torno al debate último: el modelo de Unión Europea que mejor sirve a los intereses y a los desafíos a los que España debe hacer frente en el futuro. Asimismo, debería ser éste, y no otro, el espejo ante el cual cada uno de nosotros enfrentásemos la idoneidad de la Constitución Europea, la cual sólo debería ser apoyada en la medida que constituya el mejor instrumento posible para la construcción de la mejor de las Europas posibles. De forma reiterada los análisis sobre la encrucijada turca, se basan en tres ejes principales expresados así por la revista británica The Economist: «Turquía es grande, pobre y musulmana». De cómo nos posicionemos ante estos elementos se deducirá nuestra reticencia o apoyo al ingreso de Turquía en la UE. Pero así planteado, el debate se limita innecesaria e injustamente, proponiendo como mayores ciertas controversias que, en realidad, son menores: el coste de la ampliación frente a un mercado potencial de 89 millones de habitantes en 2020 o la quiebra de la predominancia cultural cristiana frente a la hipotética mejora geoestratégica de Europa con respecto a los países islámicos. Se elude así el debate sobre el modelo de la Unión Europea que necesitamos para el futuro. De la misma manera que se obvió esta reflexión con la adhesión de 10 nuevos estados miembros el pasado 1 de mayo, producida de forma trepidante y envuelta en un halo de fatalidad histórica incuestionable. Se contribuía así a intensificar la falta de claridad de la que adolece la siempre dinámica y frágil construcción europea. Muchos ciudadanos europeos sienten hoy enormes dudas sobre la dirección hacia la cual se dirige Europa. Tras el frenesí de la reciente ampliación, no son pocos los interrogantes de carácter institucional y presupuestario aún por resolver. Confieso mi sorpresa ante el aplomo y la serenidad de los ciudadanos españoles y sus representantes políticos, al apoyar tanto la Constitución Europea como la adhesión de Turquía son asomo de duda, mientras que el vicepresidente segundo y ministro de Economía y Hacienda Pedro Solbes, afirmaba recientemente que las nuevas perspectivas financieras para 2007-2013 propuestas por la Comisión Europea no son «enteramente satisfactorias» para España -y me permito subrayar, a riesgo de parecer catastrofista sin pretenderlo, el enigmático sentido de su eufemismo apenas tres meses antes de la celebración del referéndum en ciernes-. La celebración de la consulta del próximo 20 de febrero abre una fantástica oportunidad para reflexionar acerca del pasado, el presente y futuro de la Unión Europea. Desgraciadamente, los primeros gestos desplegados hasta ahora por los partidos políticos, hacen pensar que asistiremos, sin embargo, a un intercambio de eslóganes reduccionistas, maniqueos y cosméticos. Eslóganes que tildarán de inasumible e imposible de gestionar un posible fracaso de la propuesta constitucional, sin explicar por qué, enfrentándonos a una falsa disyuntiva: Todo o Nada; Constitución o Caos. De la misma manera que el primer ministro turco Recep T. Erdogan planteaba, días antes de la reunión del Consejo Europa del 16-17 de diciembre, las respuestas posibles a la solicitud de adhesión de Turquía: miembro de pleno derecho o nada. La realidad se mostró más equilibrada, y el «sí» viene acompañado de condiciones entre las que destaca la falta de garantía de que las negociaciones desemboquen inevitablemente en la adhesión. Se impone así una vía menos polarizada, abriendo incluso la posibilidad de que en el futuro se establezca una asociación especial con Turquía y no una plena adhesión. De igual manera debe abordarse la reflexión en torno a la Constitución Europea. No limitemos nuestro horizonte político innecesariamente apoyándonos en lecturas polarizadas y extremas. Introduzcamos matices en el debate político y exijamos una mayor claridad de los principios inspiradores del proyecto europeo. ¿Queremos fortalecer la cohesión política de la Unión, como propugnan Francia y Alemania predominantemente, o preferimos insistir en la dimensión económica integrando nuevos espacios, de acuerdo con la concepción de corte anglosajona?. Todo ello es posible. Es cierto que una paralización de la aprobación de la Constitución Europea originaría en Europa lo que los medios de comunicación denominarían, acierta, «una gravísima crisis sin precedentes que pone en peligro la Unión Europea». Pero esta «crisis» podría ser también una oportunidad. Una oportunidad para imponer una reflexión profunda en torno al enfoque político que debe impregnar el futuro de la Unión y su presentación profunda en torno al enfoque político que debe impregnar el futuro de la Unión y su presentación a los ciudadanos. Si esto es positivo o negativo, que cada uno de nosotros lo reflexiones en estas semanas a venir. Eso sí, no me resisto a apropiarme aquí del viejo refrán castellano: «Más vale una vez rojo que ciento colorado»

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