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Publicado por
ROBERTO BLANCO VALDÉS
León

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ERA FLAUBERT quien lo decía: «Estamos organizados para el dolor». Lo recordé cuando empezaron a llegar las primeras imágenes de la que es ya una de las más sobrecogedoras tragedias naturales de los últimos cien años. Flaubert se refería, claro está, a la casi innata capacidad individual del ser humano para soportar la adversidad y sus dolores. Hay hoy, sin embargo, zonas enteras del planeta donde lo único que está organizado socialmente es el dolor. Zonas golpeadas por la más ruda carencia de todos los bienes materiales; zonas condenadas a soportar poderes políticos despóticos y satrapías sociales y económicas sin cuento; zonas que no sólo viven en guerra con cualquier posibilidad razonable de alcanzar el bienestar sino peleadas con una naturaleza que maltrata a sus pobladores con la brutalidad de una venganza; zonas, en fin, en las que, como escribía el propio Flaubert, las personas no pueden labrarse su destino, pues deben limitarse a soportarlo ¿Qué han podido hacer los habitantes de las costas de Indonesia, de Tailandia, de Malaisia, de las Islas Maldivas, de Sri Lanka o de la India para merecer un castigo tan cruel? Qué, sino ser pobres, e ignorantes, y, por serlo, carecer de toda oportunidad para escapar a su destino. Podemos, por supuesto, hacer análisis históricos y culpar al colonialismo de sus muchas responsabilidades en que hoy haya partes del planeta que son poco más que inmensos basureros. Y análisis políticos, para señalar con el dedo a los gobernantes criminales y corruptos que asientan su poder en la miseria de aquellos a quienes deberían proteger. Y análisis económicos para denunciar realmente hasta qué punto nuestro mundo gira sobre la rueda infernal de la explotación de los países pobres por los ricos. Pues aunque nadie podrá evitar nunca que se produzcan terremotos, si deberíamos poder enfrentarnos con sus consecuencias más indiscriminadas, que discriminan casi siempre a los parias de la tierra. Estoy dispuesto a aceptar sin rechistar que sólo desentrañando las causas históricas, políticas y económicas de un modelo mundial de crecimiento y de reparto que se basa en mantener en la indigencia más severa a cientos de millones de personas podremos algún día aspirar a conseguir el único objetivo que debe ser considerado irrenunciable: mejorar las condiciones de vida y de seguridad para los que hoy permanecen olvidados. Pero, quizá por que me voy haciendo mayor, creo que lo que ahora toca es ayudar: por eso, con el permiso de mi editor, terminaré pidiendo una apoertación a cualquier cuenta abierta a favor de los damnificados por esa cadcena de maremotos.