Diario de León

TRIBUNA

¿Decirles o no la verdad?

Publicado por
LUIS RIESGO MÉNGUEZ
León

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SE ACERCA el día de Reyes. Nuestros hijos tienen ya seis o siete años, y nos planteamos abiertamente este interrogante: ¿Debemos decirle la verdad o dejar que siga la ilusión? Argumentan los defensores de la verdad: «Es preciso que el niño vea que los padres no les engañamos nunca. De lo contrario, cuando -por ellos mismos o por sus compañeros- descubran la realidad, su confianza en nosotros se vendrá abajo. Cuando nuestro proceder en la infancia -recordemos también la absurda historia de la cigüeña que trae a los niños de París- estamos destruyendo los posible puentes de contacto entre ellos y nosotros puentes que tan necesarios serán en la adolescencia. «La verdad por encima de todo», razonan los defensores de la ilusión: «El niño no vive en el mundo lógico y racional del adulto, sino en un mundo mágico y de fantasía. ¿Por qué destruir, con una información prematura y a destiempo, ese reino maravilloso? Dejémoslo en el país de la ilusión, que es el que más cuadra a sus años. La verdad ya llegará. Pero no adelantemos acontecimientos. Que sea la misma vida la que, con el tiempo, se la desvele». Si el niño nos preguntaba un día: «Papá: ¿Es verdad que los Reyes Magos son mentira? Pepito me ha dicho...», no debemos responderle que Pepito no sabe lo que dice, sino enfrentarnos a la situación tratando de darle a nuestro hijo la verdad sea para él motivo de frustración» -«No es que los Reyes no existan, podemos decirle. Los Reyes llevaron al Niño Dios sus regalos. Después se fueron al cielo. Pero quieren que todos los años, como ellos lo hicieron entonces con el Niño de Belén, los padres regalan juguetes a sus hijos. En algunos sitios se entregan el día de Navidad, y es como si el mismo niño Dios los trajera. En España se hace el día de Reyes. Pero, sea en Navidad, sea en Reyes, lo cierto es que se trata de un costumbre muy bonita que nos da a los padres las ocasión de, a quienes tanto significáis para nosotros, el gran cariño que os tenemos». Pero supongamos que nuestro hijo tiene siete u ocho años y aún no has dado pie para aclararle los hechos. Busquemos entonces nosotros mismos el momento oportuno para decírselo. Un buen día, semanas antes de Reyes, le cogemos cariñosamente: -«Tú sabes que los Reyes llevaron obsequios al Niño Dios. Pues bien: después se fueron al cielo, pero quieren que la misma noche santa en que llevaron sus dones al portal de Belén, los padres llevamos obsequios a nuestros hijos. Por eso papá y mamá, todos los años, buscamos los juguetes que os gastan y los colocamos junto a vuestra cama para que los encontréis al despertar. Como tú eres mayor, he querido contártelo, pero no se lo digas a Pedrín ni a Mari Carmen, porque como ellos son pequeños aún no entienden estas cosas... Y apropósito: ¿Qué te parece si este año tú vienes conmigo y me ayudas a escoger lo que vamos a regalarle a ellos y a mamá?». Así, sustituyendo en la mente de nuestro hijo el bello mundo de la ilusión por el no menos bello de la realidad, le habremos ayudado a salvar ese escollo desde el que no pocos niños dicen adiós a su infancia. Pero eso sí: diciéndoselo o no diciéndoselo, tampoco saquemos las cosas de quicio ni hagamos un problema de algo intrascendente. La mayoría de nosotros descubrimos quiénes eran los Reyes sin necesidad de que nadie nos lo dijese y no por ellos somos personas raras o traumatizadas. ¡Ah! ¡Si fuera ésta la única ocasión en que nuestros hijos observasen falta de concordancia entre nuestras palabras y la realidad! ¿Decirle o no decirle la verdad? ¿Cuál de esas dos actitudes es más beneficiosa para el niño? Quizá las dos, armonizadas, porque lo ideal sería que nuestro hijo no perdiera la confianza en nosotros y que, al mismo tiempo, no se destruyera ese mundo de ilusión que es, indudablemente, el más adecuado para su desenvolvimiento.

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