Diario de León

DESDE LA CORTE

Euskadi, la atracción del abismo

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FERNANDO ONEGA
León

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DECÍAMOS ayer que la votación del Plan Ibarretxe en el Parlamento Vasco no era más que un trámite. Cualquiera que fuese el resultado, es un proyecto que, tal como está, no puede prosperar: las Cortes no lo aprobarán, por la sencilla pero suprema razón de que contiene un centenar de puntos que no caben en la Constitución Española. Por lo tanto, será rechazado y el Lehendakari ejecutará su propia alternativa: desafiar al Estado con la convocatoria de su soñado referéndum. Exactamente igual que si el Plan hubiera sido devuelto ayer al gobierno vasco. Hasta ahí, la frialdad de las consecuencias previsibles. Lo que ocurre es que ayer pudimos escuchar los discursos de todos los grupos del Parlamento. Y hemos constatado que el nacionalismo entiende que representa a la mayoría social del pueblo vasco. No mide su fuerza sólo por los escaños que ocupa, sino que cree que la inmensa mayoría de la sociedad respalda sus ideas, en contradicción con las últimas encuestas. Y, como parte de esa base, se considera legitimado para todo. Incluso para pedir la independencia, como insinuó el lendakari. Desde esa atribución de poderío, entiende también que el consenso no consiste en ceder algo a las demandas de los demás, sino que los demás han de aplaudir su proyecto. Tal actitud visionaria de la política anuncia graves quebrantos de la convivencia. El previsible rechazo de las Cortes no será entendido como algo normal en un sistema democrático. No. Será presentado como una nueva opresión al pueblo vasco por parte de una nación ajena, que es España. Se dirá que se niega la propia existencia del pueblo vasco. Se volverá al victimismo. Y se incitará a la rebelión civil contra el Estado opresor, que es la forma de caldear un referéndum ilegal. Por esa razón hizo Otegi lo que hizo: prestar tres escaños al Plan, en la seguridad de llegar al «cuanto peor, mejor», y dejar otros tres para mantener la bandera de la insuficiencia. Otegi se ha demostrado como el más hábil de todos. Consiguió manejar la llave del futuro. Deja al Lehendakari en deuda con él. Y queda en disposición de ser el gran agitador clandestino de la previsible revuelta. La vergüenza nacional es que Ibarretxe da un paso con los votos que hace meses no quería por estar manchados de sangre: los votos de una organización ilegal (¡qué bochorno, qué impotencia, Estado de Derecho!), que los tribunales consideran terrorista. Tenso futuro tenemos por delante. Nos espera un año 2005 realmente de vértigo. A estas alturas no podemos descartar absolutamente nada; ni siquiera que el Gobierno central haga cesiones de difícil aceptación. Pero podemos empezar a temer lo peor: que se hayan comenzado a poner las primeras piedras de un enorme conflicto civil.

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