Bosque invernizo

EN EL gradiente de altitud de León, desde la Montaña al Bierzo, el pajarerío responde al nevazo de la estación hostil guarecido en las arboledas abrigadas y que ofrecen mejor asilo térmico y comida. Son más las especies que optan por la trashumancia o la migración que las que aguantan el hielo y la escarcha con comportamiento sedentario. En un bidular de Omaña, por los abixeos del Tambarón, los fustes plateados de los abedules solo cobijan media docena de especies, desde el urogallo cantábrico, vegetariano comedor de hojas de acebo y puntas de arándano y enebro, al camachuelo que engulle yemas de capudre, y el gremio de rebuscadores de arañas, huevos de insectos y escarabajillos en los recovecos de cortezas y ramitas, pequeños bandos nómadas de carboneros, herrerillos y agateadores. La densidad es muy baja, y hay que recorrer diez hectáreas para dar con una veintena de aves. Para ver lo que significa un monte invernal acogedor, sugiero acudir a los encinares bercianos de Carucedo, Las Médulas y Peñarrubia, donde el Sil discurre hacia Galicia. En estos sardones de encinas hay cinco veces más riqueza y densidad de aves que en el abedular omañés. Las bellotas ceban a torcaces y arrendajos y los frutos carnosos del sotobosque -madroño, olivilla, escaramujo, majuelo, hiedra- son festín para mirlo, zorzal común y alirrojo, petirrojo y currucas capirotada y cabecinegra. En el suelo húmedo rebusca lombrices la becada y el espesor de las carrascas, con pequeños insectos activos, abunda en acentores, mosquiteros, reyezuelos y mitos. Bandos de pinzones, verderones, pardillos y escribanos van y vienen del monte a las viñas y campos. Recuerdo la magia poética de Leopoldo Panero y sus versos de soledad de encina y paloma: «La luz, la unidad del cielo en la inmensa ternura del remanso y en la miel franciscana del aroma; y, el peso entredormecido por el vuelo, la verde encina de horizonte manso refresca el corazón a la paloma».