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Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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CINCO AÑOS atrás, la sucesión de catástrofes con las que cerramos el año 2004 hubieran sido considerados signos inequívocos del milenarismo apocalíptico, aunque quizá en este poco tiempo nos hemos acostumbrado de tal manera a la tragedia, natural, como la de estos días, o provocada por la irracionalidad humana, como los atentados de Nueva York o Madrid, que sólo lo gigantesco, aquellos dramas que por su espectacularidad parecen nacidos de la imaginación de Hollywood, son capaces de conmovernos. El maremoto del sureste asiático es uno de esos fenómenos. La queja -justificada, no lo dudo- de los automovilistas nacionales atrapados por la primera gran nevada del año y enfrentados a la escasa capacidad de reacción de las autoridades gubernamentales (que en esta materia no difiere mucho sean cual sean las siglas) suena como la rabieta caprichosa de un niño malcriado cuando se pone en el mismo cuerpo de titular que el drama en forma de ola que se ha llevado por delante miles de vidas humanas y ha dejado un panorama de desolación en un puñado de países de esos que tenemos dificultades para ubicar en el mapa, muchos de ellos atrapados además en conflictos bélicos de los que ni siquiera tenemos noticia. Coincide la catástrofe, además, con la celebración más importante del mundo occidental. No sería malo que recicláramos este vértigo de consumo insensato, este disparate de comidas interminables y regalos inútiles, en una corriente solidaria que fuera capaz de reducir el sufrimiento de esa zona del mundo que llega a 2005 con el futuro ahogado en el más horrible de los panoramas.

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