LA VELETA
Euforia y ceguera
AVANZABA ayer el lendakari Ibarretxe por su itinerario soberanista/secesionista y los espectadores no sabían qué admirar más en su discurso, si la euforia obstinada que le inspira su plan o la ceguera con que se enfrenta a una realidad que le es rotundamente adversa. Dicho sea con todo el respeto que una autoridad política merece, cabría suponer que, en Ibarretxe, la ceguera y la euforia tienen el mismo origen: una iniciativa políticamente falaz en un doble sentido, el de su inspiración y el de su desarrollo. Desde finales de año, cuando el «plan Ibarretxe» se aprobó en el Parlamento vasco con tres votos «batasunos», se hizo evidente que ese texto, convertido en proyecto de ley, venía a ser la plasmación legislativa de lo que fue en su día el pacto de Estella/Lizarra. En aquel pacto se fundía todo el nacionalismo vasco, desde el filoetarra, en representación de ETA, hasta el PNV, más la colaboración de la IU local, que sigue en sus trece. Trazaba así el secesionismo una frontera divisoria para marcar su propio terreno, fuera del cual estaban «los otros». Y los otros venían a ser la mitad de la población, que se identificaba en la Constitución y del Estatuto de Guernica. Pero desde que presentó su plan en sociedad nunca ha reconocido el lendakari que hubiera intentado resucitar en el terreno parlamentario el pacto de Lizarra. Por el contrario, aseguró que no aceptaría el apoyo de los votos de Batasuna para sacar adelante su proyecto. Y ahí está ahora ese proyecto, estampillado por una marca de ETA y con un centenar de atropellos constitucionales. Sobre ese texto quiere iniciar el lendakari un proceso negociador con Zapatero, porque «si no estamos dispuestos a abrir un proceso negociador, cómo solucionamos esto, ¿a tortas?», se preguntaba ayer Ibarretxe como si una ceguera repentina le impidiera ver la variedad de soluciones que el Estado puede aplicar a este órdago independentista. Porque se trata de un órdago o, más bien, de un proyecto de ley utilizado como desafío instrumental nada menos que contra la sociedad española y la mitad aproximada de la vasca. Si no fuera dramático, por sus efectos perniciosos sobre la homogeneidad social de Euskadi, podría calificarse de irresponsable bravata. En política, sin embargo, todo crea su opuesto y frente a ese redivivo pacto de Lizarra, funciona el bloque constitucional formado por los dos partidos mayoritarios que representan al 90% de las Cortes españolas, PSOE y PP, en cuya defensa compartida de la Constitución sólo se apreciaría en este momento alguna leve diferencia sobre el ritmo de la contraofensiva constitucional.