EL RINCÓN
Calma, mucha calma
LOS TOROS de Iberia, berrendos en negro, amenazan con desmandarse y el presidente Zapatero recomienda serenidad y calma. La suya no es una impavidez ante el peligro como la del añorado José Tomás, sino como la de Don Tancredo. Ya sabemos que no perder los nervios en los trances que nos depare el azar es un excelente consejo, pero es compatible no perder los nervios y perder la vida. Al menos, la vida nacional. Estamos viviendo una especie de tsunami seco. Se lucha por los papeles del archivo de Salamanca más que por los papeles de los «sin papeles» y se nos invita a votar sí a la Constitución Europea -¡por supuesto que hay que hacerlo!- más que a defender la Constitución Española. Es cierto eso de que a ningún ser humano le han tocado unos buenos tiempos en los que vivir, pero hay algunos peores que otros y está cundiendo la alarma en el pueblo. En eso que llamamos pueblo y que el diccionario define como gente común y humilde de una población. El único que se salva del desasosiego es el señor presidente, que tiene dos caras: una buena y otra mejor, cuando sonríe. Ahora ha dicho que no quiere más ayuda del PP que la «coincidencia» de voto en el Congreso y que hará frente a Ibarretxe con «la razón democrática», que suena un poco a la «razón pura» kantiana. Pero aquel Tartarín de Königsberg publicó su libro clave de ardua lectura cuando tenía 67 años y este muchacho de León ha llegado a saberlo todo mucho antes. Vamos a ver dónde nos mete y, sobre todo, vamos a ver si es capaz de sacarnos de donde ya nos ha metido. La serenidad, que es título de honor de algunos príncipes, es sin duda una virtud de altísimo rango. Según Homero se disfruta en el Olimpo, donde ni hace viento, ni llueve, pero quizá se disfrute también en Babia. Un estado dichoso, pero no nos vaya a pasar como a aquellos espectadores de un concierto a los que, cuando se incendió el teatro, les pidieron por un megáfono que conservaran la calma. Como eran personas cultivadas y obedientes murieron todos carbonizados.