Que venga Sancho

LEÓN REPRESENTA estas semanas una especie de surrealista conmemoración del centenario del Quijote. Se ha convertido en una población de 492.720 Alonsos Quijano rodeados de molinos eólicos subvencionados que esperan la llegada de un mago que fabrique en Antibióticos el bálsamo de fierabrás, le ponga alas a Rocinante en el aeropuerto de La Virgen del Camino y críe vacas gordas en los cebaderos de Enervisa. Los políticos también se han tocado con el yelmo de Mambrino y arremeten contra los molinos. Mario Amilivia anunció 108 medidas de gobierno que parece que salieron de una reunión de sus concejales jugando al Un, dos tres y que valen, pues eso, a 25 pesetas cada una, y se ha instalado en un discurso a la contra que hace temer que hay por delante dos años y medio de campaña electoral. Desde el PSOE también huele a que algunas de sus promesas electorales se les fueron de la mano y huyen hacia adelante con planteamientos absurdos, como que mejor que rescatar el peaje de la autopista de Asturias sería construir una autovía nueva, o dos. En fechas de homenaje a la obra cumbre de la literatura española, la clase empresarial leonesa podría tener iniciativas para explotar un potente recurso endógeno de León, posiblemente el más valioso, como es el reconocimiento de ser una de las regiones del mundo en las que se habla -en general- un castellano más puro, y llenar esto de guiris dispuestos a invertir en aprender un idioma con gran demanda. En los países sajones llevan años forrándose con este negocio. La Ínsula Barataria necesita Sanchos Panza con los pies en la tierra.