Diario de León

TRIBUNA

Hemos perdido los papeles

Publicado por
LUIS GRAU
León

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QUIZÁS si éste fuera otro país, el asunto de «los papeles de Salamanca» habría ocupado muy pocas líneas en la prensa, habría interesado menos que el aguante físico de ciertos futbolistas. Quizás en otro país, se habría considerado devolver tales papeles de inmediato -hace un cuarto de siglo-, siendo evidente que su colecta es fruto de un robo perpetrado por una autoridad ilegítima y dictatorial y que sus propietarios los reclaman asistidos por el derecho surgido de la legalidad democrática. Tal vez en otro país nadie con conocimiento y dignidad se atrevería a negar a las víctimas de un régimen autoritario y represor la legitimidad de una reclamación sobre posesiones acreditadas, incluso aunque hayan ido a parar a un centro público (sobre todo si así ocurre). Quizás en otro país la posesión de unos papeles, en los que apenas un puñado de eruditos había reparado, no habría levantado pasiones y aficiones que hubieran tenido mejor empleo en otros asuntos; ¿oponerse quizás al expolio o destrucción del patrimonio irrecuperable y propio, como el de los orígenes de una ciudad, como el del destino de tantos y tantos bienes desasistidos?. Seguramente en otro país, el alcalde de una ciudad no habría salido a amotinar a sus vecinos con bravuconadas de opereta bufa por causa de unos legajos que ni él, ni casi ninguno de los ahora enardecidos en tan numantina causa, conocían o les importaban (¿les importan ahora?). En otro país acaso no se confundiría lo que está en Salamanca con lo que es de Salamanca. Es muy posible que en otro país el gobierno de ese territorio no hubiera atizado esas hogueras como si tal reclamación fuera una invasión extranjera o un ultraje fuenteovejunesco, aprovechando, de paso, para encararse con el gobierno del Estado (titular de los documentos) en un pulso que cuestiona la autoridad del mismo en su terreno competencial. Sobre todo cuando en otros casos critica este tipo de comportamientos tildándolos de nacionalismo disgregador, separatismo y otras lindezas. En otro país, puede ser, las autoridades políticas de esa ciudad y esa región hubieran aprovechado el caso (¿con algo de mano izquierda?) para, apoyando gentilmente una devolución de ley, lograr inversiones en materia cultural que hicieran de ese Archivo, y aún de otros, un centro puntero en la materia. Se habría conseguido así algo sin ceder nada propio. Habrían usado, en fin, de la cortesía, para ganar mercedes, prestigio y, de paso, solidaridad interterritorial. Habrían hecho política, estado, en fin, construido país. También, quizás, en otro país los periodistas y opinadores profesionales no habrían aprovechado que el Pisuerga pasa por Valladolid para alentar reclamaciones sin cuento y, confundiendo churras y merinas, aventar artículos incendiarios y desinformados -por deformados- donde se tilda, a menudo injusta o superficialmente, a otros centros de «depredadores» o «almacenes de coloniales» impeliendo a un revisionismo histórico de pandereta y a un aventurado victimismo, tan chuscos como insensatos. Pero también ocurre que, acaso en otro país, la institución demandante de los papeles, una vez se le hubiera reconocido la propiedad y el derecho que la asiste, debiera política y sensatamente renunciar a su tenencia física, salvo quizás por la posesión efímera que una exposición temporal de desquite requeriría. Efectuaría, tras esta reparación moral, y como nuevo propietario, un depósito en el archivo salmantino y así salvaguardaría la «unidad de archivo» que es principio gestor de la documentación histórica y que convierte a los originales, las más y deseables de las veces, en objetos fuera de la vista y el uso públicos e institucionales, preservando su materialidad al tiempo que se ofrece su universal consulta y significación a los cuatro vientos. En otro país no se discutiría sobre el lugar de depósito de unos papeles del último siglo cuando nos hallamos en plena sociedad de la información tratada, comunicada y manipulada virtualmente. En otro país si, como tal parece, bajo la controversia de los papeles se disfrazan otras de naturaleza ajena, se hablaría de éstas sin subterfugios, sin aspavientos y, sobre todo, sin salidas de tono. Evitando que paguen el pato justos por pecadores, evitando que sintiéramos vergüenza ajena de quienes hablan en nuestro nombre. No veríamos operarios municipales abriendo trincheras a lo Agustina de Aragón, ni declaraciones sobre candidaturas olímpicas y pactos oscuros en la capital. Y el cava sabría estas navidades tan bueno como siempre. En fin, este es nuestro país, y no otro. Pero no puedo dejar de pensar que, pase lo que pase, ya hemos perdido los papeles.

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