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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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SE DISCUTÍA, en lejanos tiempos, sobre el sexo de los ángeles. Hoy sería imposible esa controversia metafísica y no sólo porque se hayan alcanzado otras cotas de racionalidad, sino porque sabemos, gracias a Ramona Maneiro, que los presuntos ángeles pueden pertenecer al género femenino, aunque sean singulares. Si vivieran Eugenio D'Ors o mi llorado amigo Rafael Pérez Estrada, que eran las dos personas que más sabían de ángeles, podría preguntarles. Desdichadamente, eso no es posible. Ramona ha confesado que ayudó a morir al tetrapléjico Sampedro: le echó cianuro en el vaso y le puso la pajita para que pudiese sorberlo. El absurdo delito ha prescrito y la historia es mundialmente conocida gracias a la hermosa y tremenda película de Amenabar. Lo que es extraño es que la familia de aquel admirable ser humano que falleció en vida la acuse de asesinato. Hay que matizar más. ¿Cómo va a merecer el mismo nombre de asesino el que pone una bomba en unos grandes almacenes y mata a las amas de casa que estaban haciendo la compra que esta mujer, que por amor, y sólo por amor, accedió a las súplicas de un tetrapléjico que deseaba liberarse de una tortura de muchos años? Por muchas vueltas que le demos, los casos no son idénticos. Tampoco es lo mismo matar a un concejal de urbanismo que está encantado de la vida, sobre todo de la que le espera, que aplicarle la eutanasia, que ya funciona con todos los condicionamientos necesarios en los países más cultos del mundo, a alguien que la solicita reiteradamente. ¿Cómo va a ser igual? Nadie que tenga dos dedos de luces puede equiparar esos modos de ingresar en la sombra. ¿Recuerdan el caso de la talidomina? Algunos niños nacieron ciegos y sin manos. Hubo gente tan fiel a sus creencias religiosas y de tan buen corazón que les deseaban a esas criaturas una larga y provechosa vida. Ramona ha dicho que no es una samaritana ni una Teresa de Calcuta y que lo hizo por amor. Cianuro por compasión. Mató a un muerto en vida y de paso dejó claro que los ángeles pueden pertenecer a cualquier sexo, que tampoco hay tantos.