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León

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COINCIDÍ con Francisco Saurina en las escaleras del Ayuntamiento y le felicité por apoyar desde su concejalía la iniciativa del monolito a los izquierdistas represaliados. Me dio una explicación para mí muy loable : «lo he hecho ante todo por cuestiones humanitarias, porque las familias tienen derecho a que sus muertos no estén en las cunetas, a ser reconocidos como otros del otro bando lo fueron». En política no se puede actuar sólo por identificación o por rechazo ideológicos, hay otras posibilidades, como es ese humanitarismo del que hablaba Saurina, cuando ni siquiera es necesario entrar en los porqués, ni en otras causas posibles, sino que  basta con actuar por respeto al sufrimiento ajeno. Cómo se echa a faltar un planteamiento similar en los nacionalistas vascos. Todo empieza y termina en ellos, nada les conmueve hasta el punto de plantearles una mínima duda. Son incapaces de decir: «mi causa no merece una gota se sangre».  No puedo imaginarme el insoportable sufrimiento de un separatista, pero sé  cuánto padecen en el País Vasco quienes se sienten españoles. Por eso, las razones esgrimidas por dicho concejal me parecieron admirables, por esgrimir lo humanitario como motivación para justificar su respaldo. Qué diferencia con ese obsceno ego nacionalista, sólo capaz de actuar por identificación o por rechazo. Tras la reunión de ayer entre Zapatero e Ibarretxe hay motivos para preocuparse, pero también para creer que tanto PSOE como PP estarán a la altura de sus obligaciones. Porque Zapatero y Rajoy, discrepancias aparte, se mueven por valores humanitarios, como casi todos los políticos. Y por amor a España, sin cesarismos.