Diario de León
Publicado por
JOAQUÍN NAVARRO ESTEVAN
León

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LA POLÉMICA sobre el fondo documental y bibliográfico que, procedente de diversos botines de guerra, permanece en Salamanca no tiene sentido ético, jurídico ni histórico. He participado en reuniones de amigos donde se ha comentado el dislate y se me ha animado a terciar «sine ira» en el mismo. Conviene comenzar con la vieja sabiduría romana. El Derecho sigue siendo tres preceptos: Vivir honestamente. No hacer daño a otro. Dar a cada uno lo que es suyo. Dignidad, respeto y justicia. En un mundo acostumbrado a huir de la verdad y a soportar la injusticia es bueno recordar el adagio romano. El caso de Salamanca tiene mucho que ver con los tres preceptos. No es digno, honesto y decente dar carta de naturaleza al resultado de un expolio. Hacer nuestro el producto del botín es comportarnos como facinerosos, por científicas, filantrópicas o patrióticas que puedan ser las razones que se aduzcan. Quedarse uno con «el robo que robaste» (la expresión de una bellísima lira de Juan de la Cruz) sólo sería defendible en la noche oscura del alma que espera la luz del encuentro con la divinidad. Pero pretender hacer nuestro el producto de un botín de guerra es, aquí y en Sebastopol, un simple delito de apropiación indebida, que se define tercamente como hacer nuestro aquello que se nos da en depósito, comisión o administración. El robo exige ya la violencia o la coacción. En condiciones, además, tan emergentes que cabe hablar de depósito miserable o necesario. No es decente. Hace daño a muchos. Y no es dar a cada uno lo que es suyo. Cumplir con este último precepto - tan viejo como sabio - es tumultuosamente difícil. Cuenta Protágoras de Abdera que Zeus andaba abochornado porque los seres humanos que acababa de crear se agredían furiosamente por cualquier cosa. Pensó finalmente que no les había dado los dos elementos necesarios para una convivencia digna. El pudor y la justicia. El sentimiento de la dignidad propia y ajena y la virtud de dar a cada uno lo que es suyo. Encargó del reparto a su hijo Hermes. Los humanos empezaron a respetarse y, por lo menos, a no asesinarse. Pero lo más difícil era quitar a muchos lo que no era suyo. Lo que habían tomado o aceptado o conquistado en la guerra de todos contra todos. Era preciso andarse con mucho cuidado y responder con razones ponderadas y justas a los argumentos y pretextos de los que defienden unidades temáticas o conveniencias investigadoras o cosas de parecido jaez. Pretender conservar lo que no es nuestro es una impudicia. No hay razón válida alguna. Hermes lo previó y le preguntó al dios padre qué se hacía con los ciudadanos que rechazasen el pudor y la justicia. Zeus contestó implacable: «Echarlos de la polis, expulsarlos de la comunidad de ciudadanos porque no merecen estar en ella». Pero permanecieron en la misma y no hay más camino de solución del contencioso que la persuasión, la transacción y el justo pacto. No a toda costa. No, desde luego, a costa de los principios. Como decía Albert Camus, hay que hacer coincidir el tiempo de la historia con el tiempo de la cosecha. El punto de coincidencia lo forman la dignidad y la justicia. No hay otro. Claro que Spinoza era poco optimista. Aseguraba que «donde reina la impudicia gobiernan la deslealtad y el latrocinio.» Así no hay solución. Sin embargo, el buen sentido parece estar progresando en personas e instituciones. Una vez más se patentiza que cuando la acción carece de principios propios, el oportunismo sustituye a la ética, la praxis contradice a las normas, las rutinas suplen a los criterios y la práctica desautoriza la autoridad. No está ocurriendo así.

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