Diario de León

EL BALCÓN DEL PUEBLO

Aumentan los silencios

Publicado por
JUAN F. PÉREZ CHENCHO
León

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HACE MÁS de tres décadas que no acudo a mi pueblo de nacencia tal día como ayer, festividad de San Antón. Dejé de ir cuando murió mi madre, una campesina de ojos claros, voluntad de acero y ternura infinita. Se llamaba Antonia y celebraba su onomástica el 17 de enero, no el 13 de junio. Era hija del campo, de la lluvia que bendice. Recuerdo con absoluta claridad el ritual de la fecha: tras asistir a misa para implorar la bendición del santo al ganado, abría los portalones de casa a todos los vecinos que acudían a felicitarla. No faltaba café, orujo, mistela, pastas y mazapanes para nadie. Mi pueblo de nacencia --Oteruelo de la Vega, arrebujado entre choperas a la orilla del Órbigo-- es pequeño, casi un juguete, pero entonces estaba lleno de vida. Casi medio centenar de niños recibíamos las clases de doña Cándida, la maestra. Hoy ya no quedan niños, ni escuela, y sólo el silencio responde a los timbres y picaportes de la mayoría de las casas. Tal día como ayer, en que se conmemoró el tercer aniversario de la muerte del Nóbel Camilo José Cela y el centenario de don Antonio González de Lama, que fue director de este periódico; que enterraron a la soprano Victoria de los Ángeles, la diva con «voz de color único en toda la historia de la música», según definición de otra reliquia del bel canto, Montserrat Caballé; que el mejor actor secundario del cine y del teatro español, Agustín González, escenificó su adiós; tal día como ayer, digo, mi pueblo también sufrió una pérdida intensamente llorada. Murió en la carretera, a lomos de su bici. Se llamaba Teodoro A. Callejo Santos, alias «Kubalina», tenía 44 años y era uno de los pocos que mantenía su apuesta por continuar en el pueblo. Podríamos decir que era un luchador contra la des población. El principal problema que tiene la provincia de León, así como otras de la comunidad autónoma, es la despoblación. Sus características se ciñen a este enunciado: cada vez contamos con menos habitantes, cada vez los que quedan están más envejecidos y, para más gravedad, los que se van son los jóvenes mejor preparados y cualificados, con estudios universitarios. La situación es de extrema inquietud. Por una razón: esa pérdida de capital humano es la mayor hipoteca que tenemos para ganar el futuro de León. Si el declive permanece, San Antón acabará bendiciendo pronto a mascotas en las ciudades, no a ganaderías que han conformado el paisaje campesino. A neutralizar e invertir ese fenómeno deberían dedicar la mayor parte de sus esfuerzos la Junta de Castilla y León y la Diputación Provincial. Sin embargo parece que han optado por ingnorarlo, a mirar para otro lado. Quizá han tirado la toalla. La Junta hace muchos meses, en una maniobra de entretenimiento, promovió la creación de una comisión en Fuensaldaña con el objetivo de diluir su responsablidad o transferirlo al conjunto de los grupos políticos. De tal comisión nunca más se supo. Es verdad que de las comisiones de estudio parlamentarias no se puede esperar mucho. Se crean cuando no se tiene solución para los problemas. Sin embargo, esto no es óbice para que, dado que el problema sigue existiendo en toda su gravedad, el gobierno autónomo se pronuncie y diga públicamente qué medidas propone.

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