A CAMPANA TAÑIDA
Los viejos pecados tienen largas sombras
LA ACTITUD de Ibarretxe, de aprobar su plan con los votos de Batasuna, y de celebrar un referéndum al margen de lo que digan la Constitución y las leyes estaba cantada. Es el último eslabón de una larguísima secuencia que arranca desde la Ley de Reforma Política y de las primeras elecciones generales de 1977. Entonces había que lograr una transición a la democracia sin que todo saltase por los aires. ETA seguía matando y el PNV se convirtió en el que decía: o se entienden conmigo o no habrá manera de callar las pistolas. Suárez era un político hábil, pero tenía una debilidad originaria que le hacía vulnerable: venía del aparato del régimen anterior y que se lo recordasen, a él o a cualquier otro en su misma o parecida situación, les hacía ser claudicantes. Es humano, y así ocurrió. El ente preautonómico del País Vasco, que se llamó Consejo General Vasco, fue socialista y lo presidió Ramón Rubial. La relación entre socialistas y nacionalistas fue siempre fluida, aunque no siempre cordial. Apoyaron a un senador nacionalista, Manuel Irujo y Ollo para que saliese por Navarra en 1977, ante el temor de que el PNV fuese allí extraparlamentario, como luego ha venido ocurriendo casi siempre. El Estatuto Vasco, el de Guernica, fue aprobado en las Cortes Generales por aclamación. Muchos pensaron que con tan magnánimo gesto, el PNV entraría con lealtad en el juego político constitucional. Pues no. Participaron en la elaboración de la Constitución, pero luego recomendaron la abstención: no era asunto suyo, dijeron. Y respecto al Estatuto, lo consideraron provisional y de mínimos. La violencia terrorista no cesó, porque como ha dicho Arzallus en una frase que se ha hecho célebre, unos mueven el árbol y otros recogen las nueces. Más claro: unos «arrean» mientras otros negocian. Esas fueron sus palabras, o al menos así han sido publicadas. Pero la estrategia ha sido siempre la misma: caminar hacia la independencia. El Estado de Derecho, desde Suárez para acá, ha consentido todo esto. No ha parado los pies al PNV. Le ha facilitado que gobierne allí desde hace más de 25 años. Han urdido un entramado tal de intereses que es muy difícil cambiar democráticamente ese resultado, sobre todo si PSOE y PP no concurren juntos a las elecciones. Y también si se dedican a atacarse en cuestiones en las que no debieran combatirse, aunque no fuera más que porque unos y otros han sufrido en sus cargos públicos y en sus militantes el azote de la violencia terrorista. Los socialistas como Redondo Terreros, Rosa Díez o Gotzone Mora, que tienen del problema una visión que trasciende la lucha partidista, han sido laminados y apartados de la toma de decisiones. Esto es lo que hay. Quizá debió actuarse de otro modo distinto hace 25 años, pero no se hizo y estas son las consecuencias. Por eso los viejos pecados tienen largas sombras. El acuerdo Zapatero-Rajoy es lo que debía hacerse, dado el último planteamiento del problema. Hay que apoyarlo y desarrollarlo. Incluso avanzar más, hasta dejar las rivalidades partidistas cuando está en juego el interés común. Porque la secesión, aunque imposible, no saldrá gratis ni como intento.