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León

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UN HIJO besa a su padre en la frente, en medio de un torrente de insultos y amagos de agresión física. Ese beso significa muchas cosas, la primera de ellas: estoy contigo. El ministro Bono nunca ejercerá cargo más solemne que su condición de progenitor. Ningún político lo hará. Leí la noticia en una habitación de un hospital, en Alicante. Me impresionó ese aspecto humano del suceso, ese beso protector, que tiene ideología -la del corazón- pero no siglas concretas, pues está más allá de los partidos. A veces, en las anécdotas se nos revela el significado más profundo de los hechos. El odio no tiene misterio alguno, siempre resulta ramplón; el amor, en cambio, es un complejo mecanismo,  sorprende con sus saltos en el vacío, pues redime. «No te queremos en nuestra iglesia», le gritó alguien, apóstol de una religión que no puede ser la cristiana, pues no es ese su grito. Hay cierto tipo de español que cree tener la solución para todo: el paro, el terrorismo, la inmigración... todo podría solucionarse si le dejasen a él; confunde sus exabruptos en el bar con hacer política. Pero las grandes soluciones son difíciles. Qué necesarias nos son todas las buenas personas. El lamentable suceso de la manifestación en Madrid será pronto olvidado, pero quedará esa imagen, la del beso protector. Cabe preguntarse si es inevitable tanta crispación política. Qué importante es llegar a casa, sea cuál sea tu profesión, y sentir que, pese a tus errores, no has traicionado en lo esencial los mejores valores recibidos de tus mayores, ni los que has querido transmitir a tus hijos. La paz interior es eso. Todo lo demás es espejismo y ruido.

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