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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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DICEN que la posteridad es una superposición de minorías. Hay muchas personas interesadas en ingresar en ese grupo, que cada vez irá siendo más numeroso a medida que vayan muriéndose los inmortales. Su residencia habitual son los diccionarios enciclopédicos, que engordan constantemente. ¿Cuánto dura la posteridad? No me refi ero a la de Cervantes o a la de Shakespeare, que esos la tienen garantizada aunque sus nombres se hayan vuelto un fonema y ellos no disfruten nada de ella. Hago estas humildes reflexiones porque me acabo de enterar de algo que me trae absolutamente sin cuidado, pero que no deja de ser significativo: a la momia de Vladimir Lenin, que asiste con indiferencia a los acontecimientos mundiales desde 1924, le queda sólo un siglo de duración en buen uso, según los conservadores del museo. Observó Quevedo que «también para el sepulcro hay muerte». ¿Cómo no va a haberla para las momias? Los taxidermistas egipcios eran geniales y además gastaban mucho en vendajes. Los que embalsamaron a Lenin se esmeraron con el líder de la Revolución Bolchevique, pero así y todo tiene los siglos contados. Lo malo es que cuando el muerto fallezca definitivamente se le dará un golpe durísimo al turismo. El Mausoleo, que es un enorme edificio de granito, rojo como es lógico, sigue siendo uno de los lugares de imprescindible visita de la capital rusa. Creo que cosas así deberían obligar a nuestros políticos a meditar sobre sus posibilidades de permanecer en la memoria de la gente que aún no ha nacido. Hacerles una estatua es la manera más segura de que haya candidatos a derribarla y ponerle su nombre a una plaza es el modo más eficaz para que, pasado algún tiempo, ese nombre sea sustituido por el de otro señor que postulaba todo lo contrario. El aquí y el ahora es lo único que importa. El aquí y el ahora mismo, que para luego es tarde. «Allegados son iguales» los taxidermistas y los muertos egregios.

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