Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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TODOS los días hay muchos, pero sus nombres no son tan resonantes y por eso merecen menos espacio tipográfico y menos minutos televisivos. Emilio Botín, presidente del grupo Santander, ha pasado del Banco al banquillo, y Michael Jackson, la estrella del pop, ha pasado de los escenarios a los juzgados del condado de Santa Bárbara. Botín comparece vestido de oscuro y opta por el autismo, aunque niega que las generosísimas indemnizaciones pagadas a Amusátegui y Corcóstegui obedecieran a misteriosos pagos secretos. En su opinión, la causa es una evidente persecución al Banco que dirige, decretada desde que un día en el que andaba bien de dinero suelto, compró el Banesto. El señor Botín, como su nombre indica, está acostumbrado a barajar otras cifras y a desenvolverse en otras extensiones. Por eso, cuando el fiscal le preguntó si las indemnizaciones, cifradas en centenares de millones de euros, eran habituales en las empresas españolas, dijo una frase que no se oía desde Felipe II: «Mi ámbito es el mundo, no el país».Michael Jackson se presentó ante sus acusadores vestido de riguroso blanco y sonriente. El negro dimisionario estaba pálido, pero contento. A él no le imputan extrañas fugas de dinero, sino delitos de pederastia. El multimillonario bailarín eléctrico no ha perdido centenares de millones de dólares: lo único que pierde es aceite. Le acusan de haberse especializado en niños y eso es lo único repugnante. Todo el respeto que merecen los homosexuales conscientes y dignos, se torna desprecio para los que alquilan y corrompen a criaturas menores de edad. El sexo y el dinero, no sé si realmente por ese orden, son las dos cosas que ciertamente mueven el mundo. La «pertenencia» y el «yacer con hembra placentera» o con varón complaciente. No hablo del poder porque el poder también es dinero, en la misma medida que el dinero es poder. No me caen simpáticos ninguno de los dos acusados, pero observo cierto regodeo oriundo de la envidia cuando se comentan sus casos. Y la envidia tampoco me cae simpática.

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