EN BLANCO
La doma del gas
DOMAMOS la naturaleza, pero cualquier domador sabe que las fieras, por mucho que hayan sido criadas a biberón en el circo pueden tener un instante imprevisible que provoque un desenlace fatal. Todos somos, desde finales del siglo XIX, cuando los grandes inventos de domesticación de las energías, un poco domadores, y tenemos en casa, sin darnos cuenta, el rayo, el torrente de agua, la luz y el huracán convenientemente reducidas, o eso suponemos, a la esclavitud. Y así es, pero a condición de que no perdamos de vista a las fieras ni un segundo. El gas de las estufas de las catalíticas, se nos antoja, al lado de las nuevas tecnologías que proporcionan calor, una cosa antigua, familiar, archíconocida, que no demanda nuestra atención. Pero al contrario que cuando desterramos el brasero, otro gran hacedor de muertes, que lo sepultamos para siempre en el desván de las cosas inservibles, estas estufas de butano han quedado como auxiliares para cuando las nuevas tecnologías fallan, y cuando las encendemos y se van poniendo incandescentes los panales, olvidamos con demasiada frecuencia que, independientemente de la buena o mala combustión del aparato, que suele ser mala, esa pantalla de fuego, en apariencia manso devora el oxigeno, el que necesitamos para respirar y para seguir viviendo. Ojalá el horrible suceso de Todolella en el que 18 hombres hallaron la muerte mientras dormían nos recuerde, a fin de evitar otras desgracias, que la concentración del domador ha de ser máxima en todo momento, pues las fieras, la Naturaleza, el gas, pueden tener un instante imprevisible y, en el reposo de la noche, letal.