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Publicado por
CONSUELO SÁNCHEZ-VICENTE
León

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SON TAN escasas las ocasiones en que en nuestro convulso mundo se enciende una luz, tan poquitas las oportunidades que tenemos de celebrar una esperanza, que sería cicatero no dejarse mecer por la alegría ante el inesperado giro hacia la paz que, a juzgar por la «tregua total» que anunciaron ayer en Egipto el judío Sharon y el palestino Mazzem, parece haber experimentado la locura sin fin de Oriente Próximo. La prudencia es obligada. Desde que en 1991 echó a andar en Madrid el proceso conocido como «paz por territorios» que cristalizó un año después en Oslo, hasta que la intempestiva visita del primer ministro israelí Ariel Sharon a los territorios sagrados palestinos de la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén desencadenó la «segunda intifada», el sueño de la paz entre judíos y palestinos ha experimentado más marchas atrás que hacia delante, con enorme sufrimiento para ambos pueblos y atroces cotas de crueldad e injusticia por ambas partes La situación es muy frágil. Si el rais palestino no es capaz de controlar a los grupos terroristas que atentan en Israel contra los civiles judíos, como ha prometido hacer, hay que contar con que el premier israelí no cumplirá su promesa de poner fin a su vez, en justa correspondencia, a los «asesinatos selectivos» y demás obscenidades del «terrorismo de Estado» con que Sharon ha respondido (o provocado, que de todo ha habido) a cada masacre perpetrada por el terrorismo palestino en su territorio. ¿Era Arafat «el problema», como ha dicho hasta la saciedad Sharon? ¿No podía controlar a los terroristas palestinos ante la brutalidad de Israel, como sostenía él, o no quería, como aseguraba Israel? Pronto lo sabremos. La muerte, en circunstancias todavía por aclarar, por cierto, de Yaser Arafat, nos va a dar a todos la oportunidad de comprobar quien tenía razón. O, tal vez no; tal vez, simplemente, la paz es ahora posible y antes no -o lo es ahora más posible que antes- porque la muerte de Arafat ha creado una situación nueva que, unida al hartazgo de ambos pueblos ante tanta sangre inútilmente derramada por ambas partes, permite a los dirigentes judíos y palestinos abrir una nueva etapa. De que esta esperanza se haga carne depende, no solo la paz entre dos pueblos, que ya merecería la pena, sino tal vez la paz de todos. Que pasa ineludiblemente por la estabilidad de esa peligrosa zona del mundo. La guerra de Irak es el último y más cercano ejemplo. Ojalá nadie: persona, país, animal o cosa, ahorre esfuerzo alguno para que el día que ahora solo apunta en Oriente Próximo, amanezca.

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