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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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AHORA que dicen que ha aumentado el número de lectores y la frecuencia de la lectura, lo que quizá signifique que se venden más ejemplares de El código Da Vinci y de Harry Potter , se echan de menos los libros de urbanidad. Ya no se lleva aquella ridícula pero imprescindible asignatura en la que los escolares aprendían formas. Claro que tampoco se llevan los modales. En aquellos antiguos textos podía leerse, entre otros consejos, que «el niño bien educado no escupirá en la sopera», pero también se hablaba de los deberes del anfitrión. Lope de Vega nos recomendó tratar bien al huésped «por ruin que fuere». Ahora en España hemos restringido nuestra hospitalidad a los ricos y no nos ponemos de acuerdo en los recibimientos. Sólo 1.500 inmigrantes de los llamados 'sin papeles' han pedido regularizarse en el primer día del proceso, pero Ángel Acebes prevé una «avalancha de ilegales», ya que se calcula que se terminará legalizando hasta a cuatro millones. La secretaria de Estado de Inmigración no comparte ese criterio y llama a Acebes «aliado de las mafias». En su opinión sólo se trata de reparar la «barbarie» del anterior gobierno. Nada menos que 1.500 patronos han iniciado la regularización de esos turistas obligatorios que son los inmigrantes. Les vienen muy bien a los vagos nacionales, que sólo aspiran a trabajos que puedan realizarse sentados. Ahora hace frío, pero ¿quién sueña con hacer una jornada de ocho horas en agosto bajo un plástico? Los empleadores tienen que surtirse de extranjeros, como los equipos de fútbol. Quizá, con esto del talante, vayamos un poco a contracorriente. En el Reino Unido se ha endurecido la política de inmigración y están dispuestos a admitir sólo a los más cualificados, o sea, a convertir la inmigración en una oposición. Los trabajadores extranjeros deberán dominar el idioma inglés para tener residencia permanente. Con este método no habrá que establecer cuotas anuales, sino cuotas intelectuales. Tampoco sería una mala criba rechazar, después de tomarle las huellas dactilares, a los que no hubieran leído a Shakespeare.

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