Diario de León
León

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DON FULANO, de profesión odiador de piñón fijo, habrá echado sapos y culebras al leer la noticia, pero allá él y su úlcera. El Ayuntamiento ha reconocido con una calle el día del orgullo gay. Muy bien hecho. Ser gay no es motivo para enorgullecerse ni para avergonzarse, pero es cierto que hasta hace muy poco se les arrojaba al pilón y que sólo se hablaba de ellos en chistes. Pero hay otras liberaciones pendientes en esta causa. La primera de ellas, concienciar de que homosexualidad y prensa del corazón no son sinónimos. También hay médicos, ingenieros, camareros, abogados... ser  gai no implica necesariamente ser zafio. La homosexualidad, digámoslo de una vez, es una forma de amor. Oscar Wilde no  fue grosero. Ni Visconti. Ni Leonardo. Ni  Auden. Respaldemos a quienes aman personas de su mismo sexo. Pero ¿por qué tiene de meritoria una homosexualidad vulgar y ramplona? El Ayuntamiento de León ha dado así  indirectamente una bofetada a esos nazis que reptan por las calles, que añoran esa España que ya sólo existe en los chistes de Arévalo. La base de la democracia  no es respetar porque coincides, sino porque debes hacerlo, porque quieres hacerlo. Si esa calle  sólo sirve para que el día 28 desfilen cuatro reinonas, se habrá conseguido una pequeña victoria de tolerancia al distinto. Vale. Pero hay un reto más elevado: proclamar ese día y en esa calle nuestra fe en el amor, homosexual o heterosexual, fuerza y corazón del mundo, única redención posible frente al mal. Entonces, sí que la calle habrá servido, para mucho y para muchos.

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