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La boda que viene
EL PRÍNCIPE de Gales ha anunciado su boda con Camilla Parker-Bowles. Ya tenemos comida durante unos meses para los consumidores de noticias del corazón y otras vísceras. Si me ocupo de este asunto no es, desde luego, porque me interesen los avatares sentimentales de Carlos de Inglaterra, sino porque este asunto tiene connotaciones políticas evidentes: Carlos será un día rey, porque no es previsible que le ocurra lo que a su tío abuelo Eduardo, que siendo ya Eduardo VIII, quiso cas arse con la multimillonaria americana Wallis Simpson y fue obligado a abdicar la corona porque ella estaba divorciada. Cuentan que Carlos comentó una vez que no comprendía por qué todos se obstinaban en que él fuera el primer príncipe de Gales que no tuviese una amante. «Se non è vero è ben trovato», que dicen que dicen los italianos. Pero así son las costumbres: en los años 30, a su tío abuelo Eduardo nadie lo regañaba por tener a la señora Simpson como amante; el lío se formó cuando pretendió casarse con ella. Tam b ién cuentan que, en cierta ocasión, comentaron a un miembro de la realeza europea que un pariente suyo destinado a ser rey tenía una relación sentimental con la hija de unos divorciados, a lo que él respondió preguntando: «Pero, ¿la quiere?» «Pues, parece que sí, señor». «Pues que le vaya bien con ella. Pero que no se case; en nuestra familia, casarse es un negocio diferente». Ese pariente hizo caso a esta recomendación, pero algún tiempo después no se casaba con la hija de un divorciado, sino con una divorciada ella misma. Ya digo, otros tiempos.