LA VELETA
El incendio delWindsor
¿ADIVINAN la siguiente controversia? Si los desalojado por el hundimiento, socavón o cráter de El Carmel percibieron 11.500 euros «per capita», y dieciséis millones de euros más se entregaron, a fondo perdido, para las tareas de rehabilitación de la zona, ¿qué dinero deberá aportar el gobierno central, o sea los contribuyentes, a esta nueva ruina, producida en la noche madrileña, y del que ha sido víctima propiciatoria un edificio de treinta pisos, uno de los más señeros, representativos y veteranos de la Villa y Corte? Con lo que, nuevamente, será inevitable regresar a los peligrosos precedentes del Prestige, primero, y del Carmel, a continuación, en los que el gobierno central, de Aznar o de Zapatero, han querido congraciarse con la correspondiente población del lugar, o con las correspondientes autoridades de la zona, saltándose las prerrogativas y responsabilidades de cada cual: las propias autoridades y fondos de las autonomías o de los ayuntamientos, en cada caso. Por lo demás, ha surgido de inmediato, y nuevamente, otra peliaguda cuestión: si el atentado terrorista de la semana pasada en el Campo de las Naciones decía bien poco de la seguridad de la ciudad, con esta nueva catástrofe se abunda en inseguridad y se vuelve a hacer una formidable antipropaganda para la candidatura del Madrid olímpico. Algo que, dicho sea de paso, complacerá a un porcentaje de la población que sólo veía en ese acontecimiento mundial dificultades de toda índole en la vida cotidiana de los habitantes de una gran ciudad: Cortes de tráfico por el paso de autoridades, niveles de protección para estas mismas autoridades que resultan incómodos para los ciudadanos corrientes y parecidos inconvenientes. ¿De verdad interesa a los habitantes de una gran ciudad que sea elegida para un gran acontecimiento? A lo sumo, le interesa al caudillo-alcalde que aspire a relanzar su imagen valiéndose del evento en cuestión. El pavoroso incendio de este domingo en Madrid nos devuelve a las miserias y riesgos de la gran ciudad. Un gran rascacielos deja de existir y se desvanece en el horizonte del Madrid de las grandes finanzas por virtud, probablemente, de un cortocircuito, sin malévola intervención humana. Y aun es preciso mostrarse complacidos, además, porque el incendio empezara a producirse en la madrugada de un domingo, sin habitantes en la gran torre, y que el edificio estuviera bien construido, y que los bomberos actuaron con ejemplar profesionalidad.