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Publicado por
AGUSTÍN JIMÉNEZ
León

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UNO DE cada cinco habitantes del planeta es chino. Según las previsiones, el amarillo será el color abrumador a mediados de este siglo. El descomunal gigante crece a más del 9% anual. No sólo nos inunda de calzoncillos y cachivaches con pilas. En 2003 fabricó más televisores que ningún otro país y sacó de fábrica 25 millones de ordenadores, claramente insuficientes para sus 100 millones de internautas y sus 30 millones de adictos al videojuego. En China disminuyen los campesinos; la nueva multitud disfruta de todos los aspectos del progreso y 104.000 automovilistas han muerto en la carretera en 2003. Un censo de 300.000 millonarios (en dólares) reclama placeres caros. Los chinos han iniciado su hegemonía reclamando, por boca de un capitoste de su banca, que los occidentales renuncien a fabricar prendas textiles (ahora que se ha acabado el Acuerdo Multifibras), zapatos (ellos montan casi la mitad de la producción mundial) y, ya puestos, productos agrícolas. Para verificar la vieja película de Bertolucci, La Cina è vicina , tres o cuatro amigos de cada uno de nosotros han adoptado un niño chino; en las grandes ciudades, los chinos son los proveedores básicos de artículos tan imprescindibles como el pan, los caramelos y las coca-colas, y, en el mercadillo de Navidad de la Plaza Mayor de Madrid, se encargan ya de vender panderetas tras haber memorizado perfectamente el «pelo mila cómo beben». Tras los chinos vienen los indios a quienes aquellos «sólo» superan en un número de personas equivalente al de la población de Estados Unidos y el inmenso hormigueo de Extremo Oriente, que para 2010 creará la mayor zona de libre cambio del mundo y progresivamente nos irá metiendo globalización en vena. Resulta raro que Europa siga tratando con ahínco exclusivo y trasatlántico con un país que, además de arrastrarnos a carnicerías preventivas, boicotea asuntos clave para la supervivencia como el Convenio de Kioto y mantiene un déficit sistemático que nos cuesta una pasta gansa (1.300 millones de dólares sólo al Banco Central Europeo en 2004). En una foto repetida en la prensa la semana pasada, Moratinos acosaba a Condoleezza Rice suplicándole una cita. La dama, en un gesto clásico de repelencia, se echaba la mano convulsivamente a la pechera como para proteger su honestidad. Seguramente el ministro cumplía con su obligación pero la foto permanecerá como testigo de la mala pata sistemática de Moratinos. El lunes, éste comía con su colega de Damasco cuando asesinaron a Hariri. Enseguida, los libaneses responsabilizaron a Siria.