DESDE LA CORTE
Qué pasa con las berenjenas
ESTE PAÍS nuestro tiene un problema: como hay tanta gresca política, los cronistas tendemos a olvidarnos de las cosas de comer. Y un buen día llega tu mujer del supermercado y te suelta: «¿Sabes cuánto cuesta una berenjena?». Confieso que no sé distinguir una berenjena de un cacahuete, y menos cuál es su precio normal, pero ayer estaban en la tienda a dos euros la unidad. A mi mujer le pareció escandaloso, y, para mi satisfacción, el precio me libró de comer berenjenas. En mis tiempos mozos hubiera escrito un artículo feroz contra el ministro de Economía: no hay derecho a que mi mujer se ponga como una hiena por una puñetera berenjena. Ahora, como ya tengo la edad aproximada de Solbes, me limito a hacer la pregunta más vulgar que puede hacer uno de Lugo: señor vicepresidente, ¿qué pasa con las berenjenas? Y no necesito ni que me responda. Ya sé contestar como un ministro: «son las heladas, periodista; pero puede comunicar a sus lectores que estamos ante un problema coyuntural, agravado por la actitud especulativa de algunos intermediarios que el gobierno investiga y no está dispuesto a consentir». Gracias, ministro. Andaba yo en estas disquisiciones solitarias, cuando se presentó José María Aznar en forma de presidente de la Faes, que es la fundación que regenta. Y no habló de las berenjenas, pero casi. Denunció al gobierno Zapatero: está inactivo. Avisó del panorama que viene: se va a ralentizar la economía. Instó a los responsables económicos: o hacen más reformas, o este país será incapaz de crear más empleo y de absorber a los inmigrantes. Al menos en su primer diagnóstico, Aznar parece en lo cierto: este gobierno no hizo nada en política económica. Llevan meses dándole vueltas a una reforma fiscal que no han parido. Lanzan globos sonda sobre la imposición de tasas a algunos servicios, pero no avanzan. Parecen haber consumido todas las energías en ver cómo asaltaban al BBVA, cómo reparten el pastel publicitario entre las empresas de televisión y cómo dirimen la batalla de poder entre Pedro Solbes y el asesor presidencial Miguel Sebastián. Como, pese a todo, el PIB sigue creciendo y el año 2.004 se ha creado mucho empleo, un lego como yo diría: la economía no necesita gobierno. Sólo necesita que le dejen las cosas como están. Pero no. Los pesimistas -que siempre son del PP- lanzan este diagnóstico: el crecimiento se mantiene por el impulso de la gestión económica de Rato. El día que se agote ese impulso -calculan que a finales de año-, entraremos en recesión. ¿Se empiezan a notar ya los síntomas? De momento, mi mujer está indignada por las berenjenas. Y aviso: los grandes ciclos siempre empiezan con el cabreo de una señora en el supermercado.