Diario de León

DESDE LA CORTE

Con la pistola en la nuca

Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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«TENEMOS que poner muertos sobre la mesa cuanto antes». Así dice la carta que el jefe del «aparato militar» de ETA envió al asesino que se propuso matar a varios políticos vascos y proyectaba un próximo funeral de S.M. el Rey. La banda terrorista, igual que algunas alimañas, necesita un cadáver. Necesita sangre. Es su alimento. Fijaos, además, cómo señalan a la víctima: da igual su nombre. Les da igual su empleo. Sólo importa en este momento que sea alguien «gordo» o que lleve uniforme. Puede ser el padre de un niño pequeño, un hombre que cuida a sus padres ancianos, o un policía de salario base. Y así, con esas desalmadas consignas, los cazadores del terror cargan sus armas y salen a la calle. Dispararán a la primera pieza que esté a su alcance. Quien les da esas órdenes no pone rostro a las víctimas. No las identifica. Le dan igual. Son, genéricamente, enemigos. Cualquiera (usted, el policía local de al lado, yo) podemos s er los señalados en esa horrible ruleta de la fortuna que un asalariado del odio hace girar sobre nuestras cabezas. Con esas o parecidas instrucciones llegaron a Valencia dos criminales dispuestos a cometer un crimen. Iban bien pertrechados: pistolas, bomba lapa, cartuchos de titadyne, dinamita, detonadores. Tenían una misión que cumplir antes de referéndum: servir ese muerto que su jefe militar necesita encima de la mesa. «Quedará de la hostia», decía su escrito. Ahora están detenidos. Un policía tuvo la impagable intuición de sospechar de los movimientos de uno de ellos. A ese agente hay que hacerle un homenaje, porque ha sido un ángel de la guarda. Y bendecir, una vez más, que la fortuna se haya puesto de nuestro lado. Sin embargo, sobre nosotros quedan terribles preguntas: ¿qué hubiera pasado sin ese golpe de intuición? ¿Habrá algún asesino más por España, a la caza de cualquier ciudadano que tenga la desgracia de cruzarse en su camino? Llevamos un año sin muertes, pero hoy tengo la sensación de estar con una pistola en la nuca. Hay instrucciones de matar, y nos puede tocar a cualquiera. Para esa banda enloquecida, que disfruta con la sangre y sólo se hace sólida sobre cadáveres, todos somos enemigos. Si no militamos en esa facción política que todavía se atreve a exigir representación parlamentaria; si no hemos estado nunca en las exaltaciones soberanistas de Euskadi; si somos, sencillamente, españoles, somos el enemigo. ¿Y con esos desalmados quiere alguien negociar? ¿Con quienes defienden esos procedimientos pretenden Imaz e Ibarretxe sentarse en un Parlamento? No, por Dios. Los terroristas necesitarán vidas humanas para alimentarse. A nosotros nos basta su intención para recordarnos dónde están los límites de la dignidad.

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