Diario de León
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CARLOS CARNICERO
León

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CONOCÍ a Rafael Vera cuando los funerales por los asesinados de ETA eran cotidianos, cuando algunos de los que más han luchado porque entre en la cárcel publicaban entrevistas con la dirección de la banda terrorista y cuando los que encabezaron, después, el linchamiento por los GAL, clamaban porque la guerra sucia fuera lo más asquerosa posible. Viví junto a Vera las conversaciones de Argel. Observé cómo las gestiones de Vera y Barrionuevo salvaron la vida de Segundo Marey, condenado a muerte por los mismos que les llevaron después a la cárcel a quienes eran ministros de Interior y Secretario de Estado de Seguridad. Antes había observado en la distancia que permite un redactor novato como los fondos de reptiles del Ministerio de Interior domesticaban a muchos de los periodistas que clamaron por el hurto de los fondos reservados, años después, cuando ellos ya tenían posición para fingir que eran honorables. No puedo poner la mano en el fuego de la inocencia de Vera con los dineros que se pueda haber llevado, pero sí la pongo porque la caja de Interior, en todas las épocas, fue siempre un cajón de sastre del que se extraían todos los hilos cuando no había tela que cortar que pudiera justificarse en un recibo. La sentencia de Vera es ejemplar por lo insólita. Se basa en una prueba negativa: si aparece un patrimonio fiscalmente injustificable, tendrá que haberlo cogido de donde tenía llave para abrir la caja. Con esos criterios no habría un solo banquero en su despacho. Digo todo esto porque esta forma de entender la aplicación del derecho puede que sea rigurosa, pero es ya una ópera bufa en la que los actores de segunda, que son muchos de ellos delincuentes de primera, gozan al ver sufrir a un hombre destruido por su propia historia personal, por la tragedia de su familia y por la locura de gobernar las cañerías más profundas del Estado que tienen que estar en uso sólo para que todos podamos dormir tranquilos. Quizá Rodríguez Zapatero sienta que asunto no le afecta, porque él era pequeño cuando ETA estuvo a punto de tumbar la democracia porque cada uno de sus tiros en la nuca afilaba el sable de un general golpista. Pero Zapatero era ya diputado por León y tenía dedos para aplicar el voto en el Congreso de los Diputados. Ninguno de los que respirábamos entonces éramos ajenos a lo que sucedía y casi todos callaron mientras miraban el horizonte, sintiendo que los charcos no les salpicaban. Como no quiero envejecer siendo un cínico, quiero que saquen a Rafael Vera de la cárcel cuanto antes, salvo que estén dispuestos a entrar con él todos los que reúnen los mismos méritos. Me produce hastío tanta honorabilidad y tantos silencios.

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