Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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LA DIVERSIÓN favorita durante los fines de semana es humillar a quienes nos divierten, a condición de que sean negros. En la última jornada de Liga a los cameruneses Eto'o, del Barcelona; Kome, del Getafe, y Kameni, del Español, les tiraron cacahuetes. Se ha puesto de moda, cada vez que un futbolista de epidermis oscura coge el balón, que los salvajes más pálidos de la grada lancen gritos selváticos. En vista de eso, Eto'o ha decidido celebrar sus abundantes goles haciendo el mono. Los jugadores, en opinión de Ronaldinho, que es un prestímano con los pies, mixto de palmera y pantera, deben hacer algo «para acabar con el racismo». Según el negro inglés Henry, lo que ocurre en el campo «es una imagen de la sociedad». Aunque en España neguemos ser racistas, seguimos diciendo de alguien que hace el indio, que trabaja como un negro, que salta como un gitano o que le engañaron como a un chino. No nos han favorecido los acontecimientos últimos para desterrar estas actitudes xenófobas. Hace un par de días varias personas se ensañaron con un marroquí en El Ejido. Ayer no más se hizo público que uno de los suicidas de Leganés dejó un mensaje para sus hijos aconsejándoles que profesaran el duro oficio de «mujahidines». Todo eso coincide con la investigación dictada por un juez acerca de la contabilidad de un centro islámico de Valencia, controlado por ex militares tunecinos. Mucha gente simple puede creer que todos nuestros males son de importación. Es curioso que la protesta más unánime contra el racismo no provenga del terreno de la Justicia, sino de los terrenos de juego. El árbitro vasco Iturralde González lo ha dicho claro: «el día que un negro se vaya de un campo, me iré con él». Nada traiciona más a la esencia del deporte que estos comportamientos racistas. Algún ingenuo había soñado con que los deportes fueran una especie de esperanto donde pudiera entenderse todo el mundo, al margen del color de su piel y de los colores que defienda.

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