Francesillas

ALARGAN los días y el sol aviva el ansia reproductora del animalario silvestre. Hay pálpito de primavera en el ambiente que se entibia. En la ciudad, el mirlo del jardín lanza sus silbos aflautados al amanecer, señalizando su territorio. Arrullan las palomas torcaces y las tórtolas turcas planean, en celo, entre las antenas de televisión. El crotoreo de las cigüeñas, machando el ajo, llega traqueteante desde los nidos en las espadañas de iglesias y viejos álamos ribereños. Muchas de ellas no viajaron a África y se instalaron en diciembre, antes del tradicional San Blas, al volver de sus comederos en arrozales de la vcuenca del Guadalquivir y vertederos extremeños. El llano también despierta, aún sin margaritas, aterido por la escarcha mañanera. Las perdices rojas, aliviadas por el parón de la escopeta, han roto los bandos y se emparejan en los puntos con más mosaico de cultivos y cerros de aulaga y tomillo. Algunas alondras y calandrias suben tímidamente al cielo engranando las estrofas melodiosas del canto. La tarabilla común, retornada del cálido Mediterráneo y los eriales de Portugal, acecha insectos, encaramada a los cardos de la vaguada de juncos. Es momento de atestón de francesillas, grandes bandadas de avefrías, blanquinegras y moñudas, arremolinadas en alfalfas y prados húmedos de descenso en el largo regreso hacia los aguazales escandinavos y rusos. Algunas se quedan a criar en las lagunas de las comarcas del Páramo leonés y Tierra de Campos, minoría indígena respecto a la multitud que migra al lejano norte. Uves de ánsares cruzan hacia los Pirineos dejando atrás las salinas de Villafáfila y los lucios del coto de Doñana, el cuartel de invierno donde han engordado con brotes de cereal y rizomas de castañuela y bayunco. Estos gansos bravos nos avisan del cese del invierno, ahora que las primeras flores de alisos y paleras, junto al río, adornan unas ramas ya activas por el despertar de la savia. El ciclo de la vida sigue y, pronto, la primera golondrina adelantará al esplendor del verde.