SIETE DÍAS
El debate político copia de la telebasura
TAMBIEN entre los profesionales de la política la telebasura parece haber provocado estragos. No se entiende de otra forma, si no es por esta malsana contaminación, el nivel de zafiedad alcanzado, de resentimiento y, sobre todo, de desprecio a la inteligencia del resto de los ciudadanos. El debate político está bajo mìnimos. El insulto o la descalificación personal, los mensajes ambiguos, equívocos y en ocasiones contradictorios, o la reiterada utilización del globo sonda, que resulta un juego perverso en el que resulta fácil atrapar a las gentes de intención recta, parecen haberse instalado con carácter permanente. En todos los tiempos se ha utilizado el globo sonda para medir la respuesta de los ciudadanos ante determinadas propuestas políticas. El mecanismo es conocido: Un político de segundo nivel anuncia la implantación de una determinada medida que afecta a la mayoría de la sociedad. El debate que se suscita sirve al político de escala superior para confirmar o desmentir lo anunciado, según la supuesta repercusión electoral que la decisión pudiera tener. El juego es perverso porque utiliza a las personas que carecen de información privilegiada, a quienes creen, en su ingenuidad, que un alto cargo de la Administración necesariamente ha de ser una persona seria y no un saltimbanqui que se levanta cada día con una idea y que, aquí está lo grave, no duda en difundirla sin habérselo pensado dos veces. Esta práctica se puede utilizar una vez y tal vez no pase nada, porque siempre queda la duda del error humano, que las gentes de buena fe también comprenden. Lo grave es cuando se convierte en práctica habitual, porque en este caso la confusión se extiende a una mayor superficie del tejido social y ya ni los que se creían en posesión de la información veraz se sienten seguros de nada. Se camina hacia el precipicio del caos. Enfebrecidos El Gobierno de Rodríguez Zapatero utiliza la práctica del globo sonda con entusiasmo enfebrecido y su proceder comienza a hacer estragos en su propia credibilidad. No hay que remontarse en el tiempo. Veamos algunos ejemplos de la última semana: Primero se promete la supresión del peaje de la autopista León-Asturias. Poco después se anuncia que será construida una autovía (gratuita) paralela a la actual autopista, ante la dificultad de proceder al rescate de la segunda. Poco tarda en llegar la rectificación posterior. Se apuesta entonces por la rebaja del peaje actual, pero apenas dos días más tarde la ministra del ramo reitera que se hará la autovía paralela (gratuita) y la misma persona dice 48 horas después, no sabemos si con algún rubor, que el Gobierno estudia que no sólo los vehículos paguen por circular por las autopistas, como ahora, sino también por las autovías. A la espera de la siguiente declaración. Algo parecido ha ocurrido con la revisión del Salario Mínimo Interprofesional. Caldera anunció primero que se produciría de forma automática, de acuerdo con el IPC. Su compañero de gabinete, Solbes, dijo que no. Ahora no se sabe bien qué va a ocurrir. El asunto no es baladí porque afecta de forma directa a la planificación económica de muchas empresas y su influencia es determinante en los cálculos macroeconómicos del país. Impuestos. Un ministro anuncia que el Gobierno quiere suprimir la desgravación fiscal por la compra de vivienda y de los planes de pensiones. Natural revuelo. El propio presidente tiene que salir a calmar los ánimos y anuncia que se mantendrán las devoluciones de impuestos por la compra de viviendas y que se establecerán límites más reducidos de desgravación fiscal en los planes de pensiones, pero que no será erradicada tampoco. ¿Es la palabra del presidente la última o en esta caso asistiremos a una rectificación de sí mismo? Hay más asuntos, como la venta o gratuidad de libros de enseñanza, los plazos y los planes de las infraestructuras, etcétera. La utilización de los mensajes con fines maliciosos, sin embargo, no es asunto exclusivo del Gobierno. La campaña del referéndum ha desvelado al PP como un partido maestro en las argucias, en los dobles mensajes. De forma muy gráfica lo expresaban dos humoristas recientemente en el programa Las Cerezas , que presenta Julia Otero. El imitador de Rajoy pedía el «sí». A su espalda, el caracterizado como Ángel Acebes negaba con los brazos y pedía el no. Rajoy concluía con una pequeña pancarta solicitando el voto favorable en el referéndum y Acebes con una pancarta mayor, que ocultaba de la mirada de su jefe de partido, solicitaba el voto en contra. Naturalmente, las consignas de ambigüedad han llegado a todos, pero no cabe duda de que en esto también hay maestros y aprendices. Entre los maestros están Acebes y Zaplana. El portavoz del Grupo Popular en el Congreso de los Diputados estuvo el jueves en Valladolid y lanzó dos perlas cargadas de doble intención: «Sé lo que estáis pensando, pero votad sí por el bien de España». Y añadía Zaplana ante los enfervorizados seguidores «El no o el voto en blanco sería malo para el Gobierno, pero también para nuestro país». O sea, que deja en manos de sus seguidores una decisión compleja, donde cabe anteponer la visceralidad de la confrontación política, en la que los políticos intentan instalar a España, a las repercusiones que pueda acarrear el nuevo tratado europeo. Por mucho menos algunos alcanzan irreversibles estados de esquizofrenia. Más próximos a nuestra realidad, la confrontación política no resulta menos edificante en el Ayuntamiento de León. La tapa de los truenos la abrió el exalcalde Francisco Fernández, al otorgar globalmente una baja cualificación intelectual y profesional a las tres nuevas concejalas del PP, que han pasado a ocupar sillón municipal por renuncia de los compañeros que accedieron al cargo directamente en las pasadas elecciones municipales. El último relevo ha venido determinado por la renuncia de Marina Lamelas, que ha dejado su escaño municipal a Sonia Alonso. En opinión de Fernández, las virtudes que adornan a la primera le faltan a la segunda. El grupo popular del Ayuntamiento no se hizo esperar. Replicó con puya envenenada, al pedir a Fernández que presente sus credenciales académicas, su título de bachillerato. El alcalde afirma en su descargo que no pudo estudiar una carrera universitaria por motivos económicos. Algo rancio se mueve cuando en la defensa se hacen alusiones a los apellidos, olvidando que afortunadamente en España los títulos y responsabilidades que se ejercen han dejado de patrimonializarse. Ejemplos hay sobrados, muchos somos hijos de ese gran cambio social y no es preciso señalar. Estos sarpullidos de incontinencia verbal necesitan el brebaje de la cordura y del sosiego.