Europa sin esfuerzo

EL FIRME sentimiento de pertenencia europea de los españoles está doblemente arraigado en el instinto y en la razón. No sólo el de pertenencia, que va de suyo. También el del agradecimiento. Tras un dilatado tramo de la historia en el que España vivió de espaldas al Viejo Continente, lo cual no supuso pérdida de nuestra identidad europea, fuimos recibidos con los brazos abiertos (1986) en la aventura unitaria que se había iniciado sin nuestro concurso (Tratado de Roma). El espectacular salto modernizador que España dio en lo político y lo económico como consecuencia de aquel episodio decisivo de nuestra reinserción internacional, en el que fue determinante la solidaridad europea con un país y un pueblo recién salidos de la dictadura franquista, sería suficiente para votar afirmativamente en el referéndum de mañana. Una vez depositado el voto favorable a una Constitución que, en realidad, solo significaba dar un paso más en el proceso de construcción de la Europa unida en los grandes valores del humanismo, deberíamos consumir un turno sobre el penoso comportamiento del PSOE y del PP. Un estrecho colaborador de Rodríguez Zapatero me explicó el otro día que fue inevitable convertir la campaña en una oportunidad más de sacudir al adversario, como elemento motivador para lograr la asistencia de público a estos actos electorales. Tendría gracia que hubiera servido para llenar los mítines y para vaciar las urnas. O para lograr que quien votase lo hubiese hecho pensando en castigar a su adversario político y no en expresar exclusivamente si estaba a favor o está en contra de la Constitución Europea.