Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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EL PRESIDENTE Bush, que acaba de confesar que fumó marihuana cuando era joven, hace bastante tiempo, ha venido a Europa a fumar la pipa de la paz con Chirac. Los pecados de juventud son tan perdonables como los pecados de senectud: los que no se perdonan son los de madurez. No hay que pedirle cuentas al Emperador Bush II de lo que hacía cuando era sólo el hijo del Emperador Bush I, también entendido en conflictos bélicos. Lo que él desea ahora es una nueva era de unión con Europa, aunque no esté precedida por ninguna anterior. Consciente de que es una prioridad común la paz en Oriente Próximo, que nos pilla bastante lejos, busca socios. En su discurso de Bruselas ha dicho algo que suelen decir sólo los enamorados en su fase inicial: «ningún poder de la Tierra nos dividirá jamás», pero lo que a nosotros nos atañe más es que se reactiven sus relaciones con España. Convienen. Se estropearon bastante cuando nuestro amable presidente Zapatero hizo aquella estúpida descortesía de permanecer sentado al paso de la bandera de barras y estrellas, que pudo aislarnos de nuestra galaxia natural y encerrarnos en una jaula. No acabamos de entender que las más armoniosas relaciones pueden saltar hechas añicos en un minuto y tardan años en reconstruirse. Los cronometradores de la política dicen que el saludo entre el presidente español y el americano duró exactamente cinco segundos. Muy poco para lo que se lleva en estos casos. Lo habitual es que tengan las manos juntas, impulsadas de arriba abajo y luego de abajo arriba, durante mucho más rato. Más o menos lo que dura un orgasmo. Sin duda lo hacen para dar tiempo a los fotógrafos más remisos para que perpetúen el encuentro. El empeño de Bush tiene grandeza: quiere la colaboración de Europa para «poner orden en el mundo». Ahí es nada. Santa Teresa, que hoy hubiera sido ministro de «cuota», decía que ni acabamos de entender el mundo, ni se quiere dejar.

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